Había decidido esta vez no intentar hacerlo a mi manera. No trataría de creerme dios. Por fin había aprendido a escuchar y aceptar el consejo de aquéllos con quienes tenía un problema en común La amarga experiencia del pasado me había enseñado lo inútil que era ser capitán de mi destino, embarcarme en ese viaje egoísta, engreído y falso. Lo había intentado muchas veces y siempre había fracasado, y cada fracaso había sido peor que el anterior. Había perdido y abandonado buenos trabajos, había perdido a dos esposas y a tres preciosos hijos, dos casas, un negocio y mi carácter. Había terminado en hospitales, psiquiátricos y prisiones, en condiciones cada vez peores. Ahora sabía por qué estas cosas me habían sucedido a mí. Ya no podía decir: “¡Ay de mí!” o “¿Por qué a mí?” Había llegado a estar dispuesto a escuchar, a responder de forma positiva y constructiva, a mantenerme con la mente abierta.

Desde que fui puesto en libertad, no todo han sido días de miel y rosas. He tenido mis altibajos, mis problemas que enfrentar. Por medio del programa de Alcohólicos Anónimos, me era posible aceptar esos contratiempos sin inquietud o lástima de mí mismo. El hecho de que las cosas no se han desenvuelto tan fluidamente como me hubiera gustado no me ha desequilibrado. Acepto lo que venga; entre este día y los del bebedor medía un gran abismo.

Mi mujer y yo nos hemos instalado felizmente unidos en nuestra nueva vida, y ella está muy agradecida a A.A. por lo que me ha dado. Asisto regularmente a las reuniones y tengo muchos buenos amigos, y trato de llevar el mensaje que me transmitieron a mí.

Lo asombroso es que los problemas que surgen no me abruman. Puedo ser responsable y enfrentarme con los problemas. Puedo reconocer mis fallos y mis defectos, y cuando amenazan estorbarme puedo hacer un esfuerzo para cambiarlos. Tengo que practicar el programa cada día y a toda hora. Al darme cuenta de que estoy pensando como mi antiguo yo solía hacerlo, tengo que cortar y reemplazar la vieja forma de pensar por el pensar honesto y positivo de A.A. Esto da resultados, un día a la vez.

Ya ni siquiera deseo beberme una copa. Ahora la vida es diferente; tiene un objetivo. Vivir es practicar el programa de A.A., asistir a las reuniones, madurar y aprender a deshacerme del hábito loco de acabar en prisiones y psiquiátricos. La decisión de cambiar fue mía, y hoy nos toca a nosotros tomar esa decisión.

Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso