Del marco general de nuestras relaciones interpersonales se desprenden interesantes experiencias. Nos referiremos a algunas de nuestras relaciones interpersonales, típicas en el hogar alcohólico.

Nuestra tendencia a depender, a exigir seguridad, nos impelió a “buscar” una compañera o compañero protector, es decir, tal como se maneja a nivel catarsis, una madre o un padre, alguien que nos protegiera, en el más amplio de los sentidos. Esta exigencia infantil aparece disfrazada como una justa demanda de comprensión; alguien que nos alcahueteara nuestras borracheras, que no armara mucha bronca, que enfrentara los pequeños problemas que no deseábamos encarar, incluyendo responsabilidades hogareñas, el cuidado de los hijos, etc., ya que nuestro “nivel de importancia” y nuestro “nivel de hombría” camuflaban el temor a nuestra realidad.

No sabíamos cómo ser padres. De hecho, ningún niño sabe cómo serlo. Lo único que nos gustaba en este caso era jugar el “papel”, darnos importancia, decir cómo es, transmitiendo a este acto nuestros temores, frustraciones, resentimientos, etc. Intentamos hacer de nuestros hijos aquello que no somos y, en casos graves de autoengaño, aquello que creemos ser.

En estas condiciones de inmadurez total, no es difícil generar conflictos continuos en nuestros menores, ponernos a su nivel emocional. El “dulce hogar” transformado en el campo de batalla de nuestros instintos.

Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 4 (mayo de 1984)