Eran las 7 de la mañana. No vestía uniforme sino mi ropa de calle, que no me había puesto desde hacía mucho tiempo. Asomándome por la ventana de la prisión, veía el paisaje demasiado familiar del recinto carcelario. Había llegado la hora de salir en libertad. A diferencia de muchos que han conocido este premio emocional, yo sabía a dónde iba, el destino de la senda por la que iría andando, lo que el futuro me tenía reservado. Todo estaba en buenas manos, porque durante los últimos dos años había sido miembro de Alcohólicos Anónimos. Porque soy alcohólico.

Fui puesto en libertad con otros cuatro presos. Una vez en el tren, nos instalamos en un departamento para disfrutar del puro éxtasis de nuestra nueva libertad. Alrededor de las 10, las tres cuartas partes del grupo se fueron sin rodeos al coche comedor donde había un bar. Al poco rato volvieron cargados de bebida. Habían logrado su meta. Durante su encarcelamiento, esto había sido su sueño dorado. Cuando el tren llegó a su destino, bajaron tres ex convictos borrachos, poco civilizados, listos para llevarse el mundo por delante. Eran los campeones. Eran los directores gerentes del universo. Eran libres, y completamente irracionales e irresponsables.

Todo esto lo observé en silencio, pero con un sentimiento de tristeza. Esto, me dije a mí mismo, era la razón por la cual tantos de nosotros estaban destinados a volver a la prisión al cabo de un tiempo. Esto era lo que yo había hecho en otras ocasiones al verme puesto en libertad. Pero esta vez no. Por fin había encontrado un medio para cambiar aquella locura, para hacerme adulto. Lentamente, pero con seguridad, experimentaba la transformación que ocurre en A.A., la transformación necesaria que los alcohólicos debemos experimentar si esperamos llevar una vida normal.

Era libre, pero únicamente en el sentido de haber sido puesto en libertad. La verdadera liberación la conocí mucho tiempo atrás, todavía encerrado en una celda. En ese momento me vino a la mente un par de líneas de una antigua poesía que por primera vez pude apreciar en su justo valor: “Los muros de piedra no hacen una prisión / ni las rejas de hierro una jaula”. Me di cuenta de lo cierto que esto era para mí. El alcohólico es prisionero del alcoholismo, encerrado en su propio infierno.

Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso