Parecía tener una mayor resistencia al alcohol que los demás. Pero acabé agotado, sin la mínima esperanza de poder rechazarlo. Desamparado, desesperado, encontré Alcohólicos Anónimos. Ante un grupo de hombres y mujeres admití con humildad y sinceridad que soy un alcohólico. No he vuelto a beber, sintiéndome relativamente feliz al lado de los seres más queridos.

No es una degradación admitir ser alcohólico: la ciencia médica ha reconocido que el alcoholismo es una enfermedad, incurable, progresiva y mortal. Además, me parece una demostración de buen sentido común aceptar la derrota y hacer algo eficaz para detener la enfermedad, en vez de andar borracho por esos mundos de Dios. Debo indicar, sin embargo, que no es fácil llegar a esta conclusión porque a nadie le agrada declararse derrotado. Pero en el caso del alcohólico, admitir la derrota te coloca en la senda del triunfo, el camino de una nueva vida.

Desde la primera noche en A.A., la enfermedad se ha detenido, día a día, 24 horas a la vez, según se me indicó, lo que demuestra que A.A. funciona. Pero no puedo alardear de ello, pues mañana podría emborracharme como el más borracho, ya que llevaré siempre conmigo la enfermedad del alcoholismo y sólo me separa de una borrachera esa “primera copa” que no es sino veneno para mí.

A.A., Alcohólicos Anónimos