Hemos llegado a Alcohólicos Anónimos en busca de una solución a nuestro problema con la bebida únicamente después de “tocar fondo”. El propio alcohol, cómplice en los inicios de la actividad, que nos permitió sobrevivir a un mundo que sentíamos hostil y en el que en el fondo nunca nos sentimos integrados, que anestesió durante tanto tiempo el temor, los resentimientos, los sentimientos de culpa, la soledad, se ha convertido en un implacable enemigo ante quien es imposible huir. En un breve y efímero momento de conciencia, a veces de forma inesperada, descubrimos en toda su magnitud el infierno en que se ha convertido nuestra vida. Y en esas condiciones, a las gradas de la locura y de la muerte, sumidos en la desesperanza, pedimos ayuda.

Nos consideramos seres afortunados. ¿Por qué? Porque sólo teníamos una oportunidad, ésa; porque tuvimos la fortuna de encontrar la ayuda de A.A.; porque nuestra petición de auxilio fue atendida en ese preciso instante por otro alcohólico que estaba ahí y que, para dejar de beber, nos dedicó parte de su tiempo y esfuerzo, nos habló de su infierno particular e hizo realidad ese puente de comprensión que se manifiesta entre enfermo alcohólico y enfermo alcohólico.

Pero podía no haber sido así: la línea de teléfono podía haber estado muerta, las puertas de A.A. tal vez cerradas; podían habernos exigido requisitos imposibles de cumplir, sobre todo en las condiciones en que llegábamos; podía no haber estado ahí ningún enfermo alcohólico para recibirnos, o éste podía haber estado más interesado en su situación personal, en la satisfacción de sus deseos egoístas, en recuperar “la hacienda perdida”, que en ocuparse de la persona que se acercaba sumida en la desesperación y la desesperanza. Incluso podíamos encontrarnos más allá de toda posible ayuda.

En definitiva, somos en extremo privilegiados. El sufrimiento nos arrojó a A.A., y se nos concedió el derecho a vivir.

Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos