En esta morada del espíritu existe el antecedente de que la mayoría de nosotros somos víctimas de relaciones defectuosas a nivel paternal: o se nos soltó antes de tiempo o una sobreprotección exagerada jamás nos dejó alcanzar la mayoría de edad. Esta forma adulterada de relación perjudicó nuestro crecimiento y nulificó nuestra posibilidad de adaptación y de relacionarnos e integrarnos a la comunidad.
La relación padrino-ahijado, como todo en los Grupos 24 Horas, está sujeto a evolución y madurez. En este tránsito se presentan estados múltiples, así como una rica gama de experiencias que vale la pena transmitir.
Tratamos hasta donde es posible de no involucrarnos en los movimientos emocionales de nuestro ahijado, pero mucho menos en los que derivan de confrontaciones terapéuticas o de sus incipientes relaciones en el grupo, no exentas sobre todo en los inicios de su militancia de resentimientos, dado que encuadramos dentro de la descripción de seres “ampulosos y pueriles”. Sabemos por propia experiencia de esa manifestación egocéntrica de querer aparecer ante nuestro padrino como héroes o como víctimas en nuestras actuaciones, que durante muchas 24 horas están limitadas al escenario de nuestro grupo. Deseamos ser el alumno “más aventajado” y lograr un gesto o una palabra de satisfacción de quien nos guía. Este juego infantil oculta peligrosamente la verdadera naturaleza de nuestro conflicto, encharcando nuestro proceso de madurez.
Dolorosas experiencias nos han hecho detectar lo dañino que puede ser para nosotros una palabra de complacencia, de asentimiento, de aparente aprobación, de parte de nuestro padrino a nuestra arrogante manera de comunicarle los “avances”, siempre ficciosos, de nuestra recuperación, basados en nuestra participación a nivel tribuna, coordinación o como francotiradores en los diálogos con nuestros propios compañeros.
Hay quienes, con una sola palabra de reconocimiento, basta para que nos “agandallemos” y creamos a pie juntillas la ficción de nuestra recuperación. Quienes así procedemos estamos poniendo nuestra cabeza en la picota, en una situación que a la larga, o a la corta, no podrá ser sostenida, irá engendrando temores y la incertidumbre de ser pillados en nuestra falta de recuperación, temores de que los compañeros que nos preceden descubran nuestra inconsistencia y de esta manera nuestra permanencia se hará cada vez más difícil. Muchos emigrarán acosados por los fantasmas que ellos mismos generaron.
Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 3 (abril de 1984)
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