Cristóbal (se unió a A. A. A los 16 años)

“Vi pruebas de que Alcohólicos Anónimos funcionaba y funcionaba bien.”

 

Me tomé, o mejor dicho me dieron, mi primera copa cuando tenía 12 años. Después de sentir por primera vez los efectos del alcohol, estuve convencido de que era la solución de mis problemas. El alcohol era el ingrediente que faltaba en mi vida. Había una especie de vacío en mi vida hasta que me tomé una copa. […] A menudo me imagino a mí mismo, antes de empezar a beber, como una comida deshidratada que, para que fuera completa, solo necesitaba que se añadiera líquido, y ese líquido era el alcohol.

Primero me emborrachaba con cerveza, pero pronto cambié al vodka, whisky o ron para emborracharme. Pero después de considerarlo, en realidad bebía lo que hubiera. Casi siempre bebía directamente de la botella y cuando era posible llevaba una botellita. Cuando estaba allí fuera bebiendo nunca me parecía que robar licor fuera extraño, ni beber por la mañana, ni beber a solas. Al principio, el alcohol fue el salvador, pero muy rápidamente mi alcoholismo empezó a humillarme y a hacerme sentir desdichado. Mi vida iba empeorando e ingresé en la escuela secundaria con calificaciones medianas, grandes posibilidades, si me esforzara, para citar las palabras de mis maestros, y jugaba tres deportes diferentes al año. Muy pronto, todo empezó a decaer. El suicidio parecía una buena idea, un escape final de la depresión.

Según bebía más, me di cuenta de que no podía hacer que esta sensación agradable durara; así que bebía más de prisa y pronto perdía el sentido o me encontraba vomitando. Me acuerdo de que vomitaba mucho; que provocaba recriminaciones si bebía a solas. Cuando tenía 15 años, ocurrió un incidente en la escuela que me condujo a Alcohólicos Anónimos. [el subdirector] me llevó a su oficina y, aunque es difícil de recordar, debí haber hablado con él acerca de los problemas de mi vida. Al ver cómo me encontraba, sugirió a mi familia que me llevaran a una reunión de A. A. Aunque él no era miembro de A.A., sabía que el programa funcionaba.

En ese punto, no me importaba lo que pudiera pasar. Esa noche fui a mi primera reunión de Alcohólicos Anónimos; se celebraba en un centro de desintoxicación. […] Después de salir del centro, asistí a las reuniones de A. A., pero no quise creer que era impotente ante el alcohol. Admitía que mi vida era un desastre, pero no quería admitir mi derrota ante el alcohol, hasta que seis meses de recaídas y depresiones me convencieron de la necesidad de entregarme a la forma de recuperación de A.A. Durante esos seis meses de beber y sufrir, recuerdo decir a la gente el ahora famoso dicho, “Soy demasiado joven para ser alcohólico.” Tenía además otro millón de excusas para no ser miembro de A.A., y cuando la gente me sugería formas de utilizar el programa, yo insistía en hacerlo a mi manera. No tardé mucho tiempo en darme cuenta de que mi manera no funcionaba. De hecho, continuar haciendo las cosas a mi manera, podría significar la muerte.

El día después de mi última borrachera, estaba en una reunión y me vino a la mente algo parecido a una revelación. Uno de mis problemas con el programa, además de creerme demasiado joven para ser miembro, era el creer que no podía recuperarme porque Alcohólicos Anónimos no funcionaba. Pero, cuanto más asistía a las reuniones, más pruebas veía que Alcohólicos Anónimos funcionaba y funcionaba bien. […] He probado muchas maneras distintas de practicar este programa, como beber e ir a las reuniones, no beber y no ir a las reuniones, pero no beber e ir las reuniones es con mucho la mejor.

 

Alcohólicos Anónimos, Los jóvenes y A.A.