V. H. (se unió a A. A. A los 76 años) (II)

 “Ya no me divertía tanto bebiendo a solas y en exceso, pero tenía miedo de dejarlo”

 

Ya no me divertía beber a solas y en exceso, pero tenía miedo de dejar la bebida. Mi marido me reñía duramente por beber cada vez más, pero siempre acababa consiguiéndome ayuda. Además, al ver lo que me estaba pasando, dejó totalmente de beber, incluso en actos sociales, argumentando que no merecían la pena las resacas.

Oímos hablar de Alcohólicos Anónimos. Pero, claro, eso sería necesario para el famoso actor que llegaba a hacer el ridículo en las tablas; o para mi hermano mayor, que murió de alcoholismo (oficialmente de pulmonía) a los 36 años de edad; o para el borracho desharrapado de la calle. Sin embargo, toda la literatura de A.A. que teníamos esparcida por la casa, acabó haciéndome reaccionar y comencé mi recuperación en Alcohólicos Anónimos.

Tenía entonces 40 años y me tomé la llegada a Alcohólicos Anónimos con la misma seriedad que habría adoptado al entrar en un convento haciendo los votos. ¡No volvería a beber jamás! ¡Qué gran simpatía tenía por mis nuevos amigos! Pero, pasado un año, me encontré un día con mi antigua amiga del primer sanatorio que me dijo: “Vamos a tomar una copa”. Y respondí: “Bueno, sólo una copita”. Y allí me encontré sentada, mirándome horrorizada en un espejo oscuro, sin terminar de creerme que podía estar con un vaso en la mano. Esta segunda vez, mi forma desenfrenada de beber llegó a ser peor. […]

Mezclaba la medicación psiquiátrica con la bebida y acabé en la unidad de cuidados intensivos del hospital, pasando tres día en estado de coma. Tengo la cicatriz de la traqueotomía para atestiguarlo. En una laguna mental, me caí de un taburete en un bar, lastimándome la cabeza y aplastando mi undécima vértebra, un problema que todavía me causa dolores. Pero no se puede escarmentar a un borracho.

Con intento de solucionar mi problema con la bebida, mi marido se retiró de sus negocios a la edad de cincuenta y tantos años. Duranto cuatro años viajamos en una caravana por todas partes del país y, al final, nos instalamos en California. Volví a trabajar […] También volví a beber. Durante mucho tiempo me las arreglaba para hacer ambas cosas. Nunca me descubrieron bebiendo y nunca fui despedida, aunque dejé algunos buenos trabajos, al sentir que iba perdiendo mi precario equilibrio. Dejaba de beber, volvía a trabajar, empezaba a beber, dejaba el empleo y me encontraba de nuevo en otro hospital. Este escenario se repetía una y otra vez. Me había convertido en bebedora periódica, lo que significaba que podía mantenerme abstemia durante periodos; pero, tarde o temprano, siempre recaía. […]

He perdido a mi familia. Ya están todos muertos. Mi marido y mi hermana fueron los últimos en fallecer. Pero pronto me di cuenta de que no estoy realmente sola, porque, hace dos años, volví de nuevo a Alcohólicos Anónimos, a la edad de 76 años. Tengo todos mis buenos amigos de A.A. que se las están arreglando en una vida sobria, y que me están ayudando a arreglármelas. El mundo sobrio no es espantoso en absoluto; es maravilloso. Ofrece muchas recompensas. La más grande es mi segunda vida en esta tierra. […] En mi vida he recibido algunas herencias de vez en cuando, pero la más rica es una que me legué a mí misma, con la ayuda de Alcohólicos Anónimos, mi preciosa sobriedad. Siento que tardara tanto tiempo. Me alegro de que no tardara más.

 

Alcohólicos Anónimos, Tiempo para empezar a vivir