Bernardo (se unió a A. A. A los 16 años)

 “Solo quería morirme. Recuerdo sentirme muy, muy solo.”

 Hasta los doce años, yo era el mejor niño del pueblo: buen estudiante y “buen chico” en mi barrio. Cuando tenía 13 años mi familia se trasladó y entonces fue cuando descubrí la cerveza y la hierba. Beber y fumar me ayudaban a sentirme cómodo y “una parte de”, y decidí que esto era la solución para mis sentimientos de soledad. Beber era divertido […]

Como todas las mañanas tenía resaca y temblores, empecé a tener problemas en la escuela. […] Siempre tenía encima a mis padres por mis calificaciones. Querían que abandonara a mis nuevos amigos, porque creían que esta nueva pandilla hacía que me comportara de una manera extraña, inquieta y secreta. Echaban la culpa a los otros muchachos por mis malas calificaciones, y me venían continuamente con listas de cosas que yo no podía hacer. “No puedes ir aquí, no puedes ir allí.” Ya no podía aguantar más las riñas, así que me escapé. […] Todavía no puedo recordar exactamente lo que pasó. Recuerdo estar en la estación de autobuses y un minuto más tarde a unos300 kmde mi casa donde la policía me detuvo en un coche robado. Todo esto ocurrió unos tres años después de tomarme mi primera copa.

Mi padre logró convencer a las autoridades para que me soltaran y volví a casa. Yo ya me daba cuenta de que era un verdadero desastre y realmente no sabía por qué. El problema no era la bebida, era yo. Por temor a verme de nuevo en la calle, dejé de beber una temporada porque mis padres siempre me estaban vigilando. […] Me había estado sintiendo tan fatal sin una copa que pensé que “un par” no me harían daño. Más bien me ayudarían. Y así fue. Me ayudaron a reír, a bailar y a pedir a una chica que saliera conmigo. Nos hicimos muy amigos y me convertí en un hombre nuevo. Sus amigos eran mis amigos y me invitaban a sus fiestas. […]

Beber en las fiestas ya no era suficiente para mí y al día siguiente me encontraba tan enfermo que lo primero que hacía por la mañana era tratar de beberme unas cervezas. En un par de meses estaba bebiendo por la noche, por la mañana, a la hora del almuerzo y después de la escuela. Para entonces mis padres ya habían caído en la cuenta y casi me llevaron en brazos a nuestro médico. El me ingresó en un centro de desintoxicación donde me recuperé de los temblores y oí a alguna gente de Alcohólicos Anónimos hablar sobre ellos mismos. […]

El día que salí ese hombre me llevó a una reunión de A.A. y me quedé sombrado, totalmente asombrado. […] Había un muchacho más o menos de mi edad sentado a mi lado. Me preguntó si yo quería acompañarle a tomar un café después de la reunión y dijo, “sé cómo te sientes.” Yo no podía creer que alguien supiera como me sentía. Nadie me había comprendido cuando bebía porque, aunque mis amigos bebían mucho, nunca se metieron en dificultades.

Desde aquella noche he seguido asistiendo a las reuniones y no me he vuelto a tomar un trago. Alejarme de la primera copa, un día a la vez, no era tan difícil como aprender a vivir. Tenía multitud de ideas y sentimientos confusos y conflictivos respecto a mí mismo y a otra gente. Pero en Alcohólicos Anónimos no solo voy descubriendo la manera de mantenerme sobrio, sino también de aprender a vivir. […]

 

Alcohólicos Anónimos, Los jóvenes y A.A.