Mi infancia fue triste; un pasado difícil de olvidar. Mi padre era un borracho consuetudinario, no se preocupaba de nosotros.Nunca pensé que sufriera una enfermedad (alcoholismo) y por tal motivo tuve muchos resentimientos hacia él y hasta llegué a odiarle.Esas humillaciones, escándalos y problemas me dejaron desarmado moral, espiritual y psicológicamente para enfrentarme a la vida, y me hicieron un ser insociable, con muchos complejos que paso a paso me fueron encerrando en la soledad. Llegué a ser un pobre desdichado, enfermo moralmente, sin voluntad ni ilusión de la vida, condenado a transitar por el mundo solo y triste.
Abandoné el colegio por vergüenza, y me fui de casa. Así empezó mi carrera alcohólica. Lejos de mi madre que al fin y al cabo era mi único consuelo; empecé a beber para disipar la tristeza de estar lejos de casa. De regreso a mi hogar, después de unos años, ya bebía por cualquier cosa: porque me disgustaba con la novia o porque estaba contento con ella, cuando ganaba el equipo de mi alma o cuando perdía, en fin cualquier pretexto era bueno para beber.
¡Qué tragedia, Dios mío! Cuando llegué a A.A. ya era un irresponsable que sólo ganaba para beber. No sé cómo me encontré trabajando con un miembro de Alcohólicos Anónimos, quien sin pérdida de tiempo me invitó a una reunión. Por la necesidad del trabajo acepté acompañarlo, mas no porque considerara que mi problema era la bebida. Nunca me dijo que mi problema era ese, pero, eso sí, me llevaba constantemente a reuniones.
Le acompañé como dos años sin aceptar mi enfermedad… Pero lo que me causó impresión fue el ejemplo que me daba en su diario vivir. Eso me hizo reflexionar sobre mi vida, mi pasado, hasta que a regañadientes acepté mi problema, que mi vida era ingobernable y que con el alcohol lógicamente la agravaba más. Desde ese día soy un alcohólico anónimo.
A.A., Alcohólicos Anónimos