Este panorama presenta sus variantes. El alcohólico con profundos sentimientos de culpa, con mil temores a flor de piel, siente la necesidad de más protección de la que la mamá-esposa puede ofrecerle, y trata de buscarla en sus propios hijos, caso equiparable a los polluelos recién nacidos que se hacinan bajo el calor de mamá-gallina.

En algunos casos, de esta relación dependiente se generan resentimientos hacia la compañera, que se manifiestan cuando el alcohol rompe las barreras inhibitorias de temor e inseguridad, y aparece en todo su esplendor “el macho”, para al día siguiente llorar, por fuera o por dentro de acuerdo a la magnitud de su egocentrismo: “Perdón, vida de mi vida”.

El alcohólico dependiente tiende a estar encima de la montaña o debajo de ella. Impide en algunos casos el crecimiento normal de sus seres queridos, y no es raro que la madre-esposa del alcohólico sea también víctima del infantilismo, y el matrimonio se convierta en un juego infantil, remedo de “las comiditas”. Cuando esto sucede, no existe conciencia de las partes. En una sociedad de niños, todo es capricho y emoción, todo es “Yo te manipulo” y “Tú me manipulas”, “Yo te cubro” y “Tú me cubres”.

Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 4 (mayo de 1984)