Durante mis primeros días en A.A. creí tener un doble problema: el alcohol y la droga. Después de tantos años sin beber, parecía solucionado el primero. Tardé en darme cuenta de que un puñado de pastillas producía el mismo efecto que la bebida: el olvido. Un día lo descubrí. Había sustituido el alcohol por las pastillas. Después de una laguna mental de tres días provocada por tranquilizantes y analgésicos, era absurdo recobrar el sentido y felicitarme por no haber bebido (que nadie recordara). No había botellas vacías.
Mientras acepte en lo más profundo de mi corazón que nunca puedo beber como la gente normal, sé que debo estar en A.A. y practicar los pasos diariamente para vivir sin alcohol. No puedo usar ninguna droga o medicamento que afecte mi estado mental o emocional. Me harán volver al alcohol, conduciéndome a la muerte o la locura. Mi indulto es sólo para hoy, y sólo si mantengo mi condición espiritual.
No es fácil hacerlo. Era “experto” en espiritualidad. Hoy me siento como un niño confundido, tratando de saber qué es la verdadera espiritualidad. En los primeros cuatro pasos del programa de A.A. he visto cómo me autoengañaba para convencerme de poseer una firme creencia en Dios. Los que creen en Dios no hacen las cosas que hacía yo. Hoy lo único que puedo hacer en lo concerniente a la espiritualidad es asistir a A.A., leer el libro Alcohólicos Anónimos, tratar de practicar los pasos y pedir la ayuda de Dios, tal como lo concibo. El resto es asunto de Dios.
Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso