Son muchos los tropiezos a lo largo de mi actividad alcohólica, hasta mi última experiencia, la que me llevó a Alcohólicos Anónimos: llevaba dos meses sin beber haciendo un esfuerzo sobrehumano. Un pequeño problema emocional me llevó a esa primera copa y volví a caer derrotado. Me mantuve bajo los efectos del alcohol cinco meses. Todas las noches antes de acostarme imploraba a mi Dios que me alejara de esa primera copa al otro día. Consulté doctores, me sometí a los tratamientos más rigurosos; visité templos religiosos y nada fue efectivo.

Pero llegó un día en que Dios, como yo lo concibo, escuchó mis ruegos. En aquellos días de tortura, conocí a un joven –hoy buen amigo y compañero de A.A.– que tenía el mismo problema con la bebida y buscaba solución al mismo. Me habló de un grupo de ex borrachos que se reunía para mantenerse sin beber. Me sorprendí mucho al oír que se trataba de “ex borrachos” que se reunían para resolver su propio problema. Pero decidí visitarlos.

Nunca podré olvidar aquella noche. Entré lleno de complejos, de rencores, de miedo. Estaba muy nervioso. Creía que me recriminarían por las faltas que había cometido. Pero cuál no sería mi asombro al ver la sinceridad con que me trataron y la humildad con que aquellos hombres y mujeres admitían ser alcohólicos. Me sentí mejor, pues en aquel momento me di exacta cuenta de que no estaba solo y que este grupo de A.A. estaba presto a ayudarme. Esa misma noche, para bien mío, con humildad y sinceridad admití ser un alcohólico.

Desde entonces he permanecido sin beber día a día, llevando siempre en mi mente, a cada paso que doy, el hecho de que soy un enfermo alcohólico y que conozco la solución a mi problema: Dios y Alcohólicos Anónimos.

A.A., Alcohólicos Anónimos