Toda mi vida creí, desde que empecé a beber, que lo que hacía era lógico. Los demás no se divertían ni disfrutaban. Aunque me casé y nacieron dos hijos, pensaba que debía seguir divirtiéndome copa en mano. Mi forma de beber no era congruente con mi vida.

Después de trabajar bebía unas cervezas… porque me las merecía. Pero estaba solo en el bar, y me extrañaba que los demás no vinieran también. Y así, solo, sentía una gran soledad. Y lo solucionaba con otra cerveza. Y seguía esperando, no sé a quién. Cuando se acababa la bebida, pedía otra. Así pasaban las horas hasta que, entre que ya era tarde y la soledad me agobiaba, me iba a casa: cena fría y bronca. Como no podía contar la verdad, inventaba un encuentro con algún conocido y que me había liado.

Cada vez llegaba más tarde y ya ni me preguntaban. Conocí la cocaína. Y todo fue a peor, a mucho peor: Llegaba mucho más tarde, gastaba mucho más dinero, etc. Un día me pidieron el divorcio. Nuevo trabajo; nueva pareja. Creí estar resurgiendo. Pero todo, absolutamente todo, volvió a destruirse por el alcohol. Y no me daba cuenta.

Un día escuché en la radio el mensaje de un Grupo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos. Que estuviera abierto las 24 horas y que sus servicios fueran gratuitos me interesó mucho; estaba en ruina total. Pero quería salir del pozo a mi manera. Después de una borrachera, la pareja me dejó y se fue de casa con el hijo menor. Entonces decidí ir a ese Grupo 24 Horas. Llegué un domingo por la mañana, y estaba abierto. Me dieron la bienvenida.

Después de dos semanas, volví a beber. Y en verdad viví cosas que nunca había vivido, me vi de nuevo solo. La pareja puso mi ropa en una bolsa: “¡Vete!” Volví al Grupo 24 Horas un lunes a última hora de la tarde, y continuaba abierto.

Todo lo que me dijeron se ha hecho realidad. La guerra, mi guerra, terminó. Sé que soy un enfermo alcohólico, ya no estoy solo. Y lo mejor es que soy muy feliz con la vida que me brindaron desde que crucé sus puertas.

 Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos