Por eso es tan importante la comunicación constante con los recién llegados. No quiere decir esto que nos esforcemos por convencer al nuevo de que es un enfermo alcohólico y de que nosotros somos poseedores de la panacea.
Al transmitir el mensaje, recordemos nuestras propias reacciones, nuestros propios síntomas de inseguridad y prejuicio, nuestra absoluta falta de fe para creer en alguien o algo, nuestra ceguera para ver qué es lo que anda mal en nosotros, que el motivo aparente pero más objetivo de nuestra presencia en un grupo de Alcohólicos Anónimos son nuestros problemas con la botella, ¡y nada más!; que lo único que vamos a ver es si es cierto que podemos dejar de beber, que no llegamos buscando ser diferentes, ni mucho menos buenos, que no llegamos buscando a Dios, que nunca nos han interesado y sí siempre molestado los rollos de tipo religioso, que no hay nadie más repelente a los temas místicos o espirituales que el enfermo alcohólico, Dios de su propio universo; que a aquellos que llegaron a hablarnos en nombre de la religión, de la moral, de las buenas costumbres, etc., los menospreciamos, al grado del desprecio, y que siempre tendremos argumentos para iniciar y sostener una de nuestras acostumbradas y cantinflescas polémicas de barra de bar.
Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 5 (junio de 1984)