Han transcurrido algunas 24 horas desde la aparición del último boletín. En ellas, hemos vivido una serie de experiencias de nuestra vida diaria, de nuestra militancia, de los acontecimientos cotidianos. De este conjunto se subrayan los distintos aniversarios de compañeros.
Debemos resaltar estos acontecimientos, significarlos en su importancia para nuestra recuperación, para nosotros, tan vulnerables a las emociones negativas; sobre todo cuando éstas de alguna manera y a pesar de nuestros esfuerzos se han ido acumulando, cuando la carrera neurótica amenaza abrumarnos, cuando nuestra propensión a dejarnos influenciar alborota los gérmenes neuróticos latentes en nosotros y el miedo, nuestro viejo amigo, distorsiona nuestra realidad, enturbiando nuestra conciencia y con ella la naciente idea de “liberación”, parece moverse como remolinos pequeños y grandes en las límpidas aguas que parecían tranquilizarse en nuestro interior.
En estas condiciones nada ha dado tanto resultado como cortar la inercia que nos empuja al sufrimiento, abrir un paréntesis con una visión distinta de la vida, vernos rodeados de caras afectuosas y amables, sentir el calor humano, las manos cálidas de nuestros compañeros, la alegre hospitalidad que nos saca de nuestro ensimismamiento, nos abre las perspectivas, despeja y desazolva la basura emocional que obstruye nuestros conductos. Se siente la frescura de otra perspectiva, se abre el horizonte, se desvanece la soledad y nuestra natural inclinación a la conmiseración y a la depresión consecuente parecen diluirse en este mundo de afecto y alegría, de agua viva, que es la corriente espiritual que forman este tipo de aconteceres.
Tal vez, si nos damos la oportunidad de ver, en el verdadero sentido de la palabra, estos instantes bastarán para saber que la vida vale la pena vivirla, que nosotros, somos parte de esta dimensión de concordia, de piedad y de fe.
Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 3 (abril de 1984)