Cuando mi madre me rescató y me trajo a casa, todo el día y el siguiente estuve recluido en cama, dándome cuenta de que en realidad no podía beber normalmente, que era un enfermo alcohólico y que seguiría siéndolo el resto de mi vida. Imploré a mi Dios fervorosamente que me indicara el camino a seguir. Poco rato después, me levanté para ir a beber agua y al fijarme en el almanaque vi que era martes y en seguida pensé en la reunión que celebraba esa noche Alcohólicos Anónimos. El resto de ese día las letras de A.A. aparecían como dos símbolos de salvación en mi mente y hasta me parecía oír que alguien las hacía sonar como dos campanadas junto a mi lecho, y sentía que mi espíritu revivía con un entusiasmo y anhelo de renovación que nunca había experimentado.
Esa noche, temprano, fui adonde celebraba sus reuniones el grupo de A.A. En esa reunión memorable para mí, por primera vez me di cuenta del problema tan grande que tenía con la bebida. Me convencí de que era un enfermo y que mi salvación estaba en Alcohólicos Anónimos, que tan gratuitamente me ofrecía el medio eficaz para contrarrestar el insidioso padecimiento alcohólico. Vi entonces con claridad meridiana lo que por año y medio no había podido comprender, debido a que mi mente no había sido lo suficientemente receptiva: la necesidad que tenía de dar con sinceridad y sin ninguna reserva el primer paso del programa de recuperación. Esa noche mi admisión fue incondicional. Acepté que soy impotente contra el alcohol y que mi vida se había tornado ingobernable, y me dispuse a seguir con humildad y entusiasmo, en su cronología y secuencia, los otros once pasos del programa recuperativo.
Desde entonces he ido progresando en A.A., siguiendo el “Poco a poco se va lejos” y “Primero es lo primero”.
Muchas han sido las bendiciones recibidas desde que A.A. me franqueara la puerta que conduce a una nueva forma de vida. He alcanzado una existencia relativamente feliz, sujetándome al plan de 24 horas. Mediante la meditación y la oración, hasta el día de hoy he ido acercándome más y más a mi Poder Superior, que llamo Dios, y cuantas veces siento desasosiego le elevo la oración de A.A., para que me conceda en todo momento la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que sí puedo y la sabiduría necesaria para conocer la diferencia.
A.A., Alcohólicos Anónimos