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Eso sucedió hace quince meses y desde entonces no he pasado un día malo. Aun estoy pagando las consecuencias del pasado: estoy todavía encarcelado. Pero se me ha quitado el castigo, y he vuelto a ponerme en contacto con mi Poder Superior. De esa experiencia surgió una nueva y rara tranquilidad que no me ha dejado. Ha desaparecido ese dolor extraño del pecho, así como también la inquietud y el descontento.

Es absurdo creerse en libertad dentro de la cárcel, pero eso es precisamente lo que tengo. He conocido más libertad durante los pasados quince meses que en el resto de mi vida. Ya no hay temores ni dudas atormentadoras en mi vida y he encontrado la clave de la realización en los consejos que puedo dar y en los pequeños servicios que puedo prestar.

Esta tal vez sería una historia más completa si pudiera decir que recuperé también mi libertad física; pero me contento con dejarlo en manos de Dios. Este mero hecho constituye para mí un milagro de paciencia. He tenido además pequeños consuelos. Hay gente que se da cuenta de mi transformación y tengo nuevos amigos que están buscando remedios para que se abandonen las acusaciones pendientes. Y finalmente, por primera vez mucho tiempo, tuve noticias de mi esposa y por un milagro de fe me esperan.

Aunque me habría molestado si alguien me lo hubiera dicho en aquel entonces, era verdad que me uní a nuestro grupo carcelario de A.A. con la esperanza de causarle una buena impresión a la junta de libertad condicional. Ya no me puedo engañar más, y ese ansia de causar buena impresión a otra gente se va desvaneciendo.

Siempre hay peligro de una borrachera emocional, pero ahora las veo tal como son: el preludio de una auténtica borrachera. Me queda una sola herramienta que puede protegerme contra ambas, un solo método que aborda el problema desde tantas perspectivas como aspectos tiene la personalidad humana: Alcohólicos Anónimos. Y reconozco con gratitud la gran importancia de A.A. en prisión.

 

Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso.