Una muchacha que encontró Alcohólicos Anónimos en prisión escribe a su madrina “de fuera” semanas después de ser puesta en libertad:
“Querida Juana: Voy a escribirte esta carta y tratar de aclarar mis ideas según vaya escribiéndola. Quiero compartir estos pensamientos contigo. Acabas de recibir tu regalo (medio litro de whisky sin abrir) que te remito junto con esta carta. En el momento en que te escribo, la botella está encima de mi tocador. Es del mismo color que el champú y para mí no tiene más significado que el de la botella de champú.
“Sí lo tenía cuando la compré. Dentro de mí estaba temblando y volvía a sentir aquella tremenda presión en mi cerebro. Miré por la vitrina de la tienda para ver si alguien me habría visto comprarla. Me sentía tan culpable que, si un policía me hubiera arrestado, no me habría resistido y sin reservas me habría declarado culpable. Por supuesto, comprar bebida el sábado por la noche no va contra la ley del país. Pero sí contra ‘la ley de A.A.’, y no es la voluntad de Dios el que me emborrache; no está de acuerdo con tus principios ni los míos.
“La compré para hacer una prueba. Quería saber qué efecto tendría en mí si la bebiera. ¿Sufriría delirium tremens? ¿Me quedaría en casa? ¿Saldría a rondar las calles? ¿O iría a tu piso a decirte: ‘¿Ahora qué piensas de mí? Siempre me dices que soy una buena persona y que tienes tanta fe en mí… ¿Qué te parece esto?’ ¿Podría parar?
“Si no la bebiera, quería saber por qué. Según escribo, me doy cuenta. La dejé envuelta en la cama. No le prestaba ninguna atención mientras arreglaba la ropa. Entonces la saqué de la bolsa, me senté en una silla y la miré fijamente, leyendo la etiqueta. Me decía: ‘Qué pequeña. ¿Cómo podría dejar que esta botellita se apoderara de mi vida y de mí misma? No es nada. Yo soy algo. Soy un ser humano con motivos para creer que seré una buena persona. Esta botella tiene el poder de convertir a la gente en cobardes llorones. Ahora que conozco su jueguecito puedo superarla. Puedo salir ahora mismo y darle a esa gente el conocimiento y el poder que necesitan para dejar de beberla por el resto de sus vidas. Aquí soy yo quien manda y te mando al diablo’.
“Me puse en pie y la coloqué en el tocador. Prendí la luz y dejé que me bañara la cara. Me miré un buen rato en el espejo. Veía las presiones que había sufrido enferma la semana pasada, la gripe y la fiebre, la nariz hinchada, pero podía ver mucho más. Ojos que miraban al mundo con bondad y buena voluntad. Veía que la amistad de los miembros de A.A. había obrado una gran transformación en la expresión de esa cara; parecía que los labios podrían sonreír en cualquier momento. Antes eran tan fríos y severos.
Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso.