Me llamo Juan y soy un enfermo alcohólico en recuperación. En el tiempo que llevo en un Grupo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos me he ido dando cuenta de que todo lo que me había pasado en la vida era producto de una enfermedad, el alcoholismo.

A lo largo de mi vida, desde una edad muy temprana, siempre existió el alcohol, ya solo, ya mezclado con otras sustancias, estupefacientes, barbitúricos o cualquier otra droga. No podía concebir mi vida sin beber. No me gustaba mi realidad, ni cómo era yo: introvertido, incapaz de relacionarme. El efecto me hacía sentir bien momentáneamente, pero cada vez que bebía acababa borracho y colocado, con tremendas resacas mentales y físicas que paliaba bebiendo más, cada vez más. Era como un pozo sin fondo.

Con frecuencia me encontraban vagando por las calles, y solían acercarme a casa. De forma personal y con ayuda de personas allegadas a mí y a mi familia, intentaban que yo dejara el mundo de la bebida y las drogas. Pero no era capaz de mantenerme sereno, ni de ser constante. Una y otra vez volvía a beber. Razones de peso para beber no tenía. Simplemente no me gustaba la realidad que vivía, no me gustaba yo, ni mi familia, ni las personas que me rodeaban, nada, no sentía aliciente por nada, todo me llamaba la atención, pero nada me atraía. Tan sólo el efecto del alcohol me hacía sentir vivo.

Mi modo de vida me llevó por otros derroteros, fuertes adicciones a drogas, buscando aposta las sobredosis que pusieran fin a mi vida, quería morir. Estaba inmerso en un mundo de alcóhol y droga, muchísimas soledad en medio de tanta gente, un gran vacío que no era capaz de llenar. Todos mis intentos por dejar la bebida y las drogas eran fallidos. Siempre terminaba bebiendo y consumiendo de nuevo.

La pérdida del familiar más querido, mi madre, me trajo a esta ciudad. Otro centro, otro intento por cambiar de vida, trabajo, dinero, ilusión, independencia. Todo parecía ir bien en una ciudad nueva. Pero volví a beber, lo perdí todo y acabé vagando por las calles, viviendo de limosna. Intenté poner fin a mi vida de nuevo, ahora con una sobredosis de pastillas. La vida no me llenaba, igual que a lo largo de mis años. ¿Qué más podría esperar ya de la vida que no fuese desolación, soledad, sufrimiento y autodestrucción?

Las circunstancias me trajeron a un Grupo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos. Llegué muerto y me resucitaron, y estoy descubriendo poco a poco lo que me pasa, hallando las respuestas a toda una vida. Lo que me pasaba era, y es, que padezco una enfermedad mental que se llama alcoholismo. Bebía y consumía, incapaz de parar de beber, sin término medio, no por vicio. Desde entonces no he vuelto a beber ni a consumir nada, y mi vida tiene sentido. No necesito recurrir a nada para sentirme bien. Estoy viviendo una segunda vida, y no tiene precio. Tengo ganas de vivir sin beber y a valorar la vida. Cada día es un regalo de Dios, tal como yo lo concibo, y tengo amigos.

Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos