Ante esa crítica situación, comprendí que el alcohol me estaba aniquilando; en vano traté de librarme de aquella lucha desigual. No tenía la menor idea. Estaba en un hoyo. No sabía cómo salir. Había acabado con mi negocio y no me sentía con ánimo de visitar a la clientela, a pesar de que no tenían nada que reprocharme profesionalmente. Decidí regresar a mi país. Un doctor antes de partir me había recetado un elixir que contenía un gran porcentaje de alcohol. Cuando todos mis amigos me repetían: “No bebas”, un médico me daba una medicina precisamente a base de alcohol…
Al llegar a casa, y en vista de mi serio problema con la bebida, mis familiares me llevaron, medio bebido, a una reunión de Alcohólicos Anónimos. Hice muchas preguntas. Quería saber cuál era el negocio y dónde estaban los borrachos, porque allí no veía ninguno. Me dieron unos folletos y me dijeron que las puertas de A.A. estaban abiertas, que el día que cambiara de idea fuera a visitarles. Les di las gracias y les supliqué que perdonaran la molestia que les había causado con mis comentarios. Ya estaba para salir cuando me tropecé con alguien, sin beber pero con grandes temblores, y le pregunté: “¿Cómo te mantienes sobrio?”, a lo que respondió sereno y sentencioso: “¡Viendo a borrachos como tú!” Ése sí fue un disparo certero. No pude menos que reconocer que allí había algo.
La familia quería que pasara la noche en casa de mi esposa, a lo que me negué por motivos que desconocían. Fui al hotel y noté que mi caja de bebida había desaparecido. Vi que también me habían quitado el dinero, que no era mucho. Entonces pedí prestado algo. Aquella noche iba a decidir mi problema en un bar. Ésa era mi idea, pero no sé por qué cambié de pensamiento y me dije: “Voy a comer algo y tomar un café”. No había comido nada. Después de comer, un taxi me llevó al hotel. Antes de llegar, lo paré para comprar una cerveza, que llevé al hotel. La coloqué en la parte de fuera de la ventana para que no se calentase, mientras me quitaba el abrigo. Comencé a leer los folletos. A medida que leía las historias me decía: “¡Ese mismo soy yo! ¡Ése soy yo!”
No bebí aquella cerveza. Ésa fue la primera noche en mucho tiempo que dormí sin alcohol y sin temores. Al otro día no me sentía muy bien; no podía comer.Por la noche fui a A.A. Al entrar me dijeron: “¡Caramba, no le esperábamos tan pronto!” “Pues aquí me tienen. He leído los folletos y ahora sé que aquí hay algo importante para mí. Quiero saber cómo puedo conseguir eso que ya tienen ustedes. A eso vengo, a buscarlo”.
Desde esa noche estoy en A.A. No he tenido ninguna dificultad con el alcohol, excepto al comienzo. Han sido años verdaderamente gratos de sobriedad los que he disfrutado y sigo disfrutando en Alcohólicos Anónimos, por cada 24 horas.
A.A., Alcohólicos Anónimos