Juana (se unió a A. A. A los 15 años)

“No sabía cómo dejarlo, ni qué haría si lo hiciera”

 La bebida causó tantas dificultades a mi familia que me prometí a mí misma no beber nunca. […] Uno de los muchachos me dio mi primer trago, una lata de cerveza. Me daba miedo tomar una cerveza pero me daba más miedo decir que no, por lo que me tomé un buen trago sólo para mostrarles que sabía lo que estaba haciendo. Me quedé asombrada: me gustó. […] Después de esta experiencia mi prima y yo pasamos mucho tiempo en casa de ese muchacho, casi todos los días, después de la escuela, bebíamos cerveza. […]

En casa de la abuela no había cerveza. No lo podía soportar: me ponía muy nerviosa y me enojaba con los niños que tenía que cuidar. Un día, mi prima vio a un vecino nuestro con una botella grande de cerveza y le convenció para que se la diera. La terminamos. Aquel día sufrí una laguna mental. No recordaba cómo había pasado, pero no podía encontrar a uno de los niños que tenía que cuidar. Cuando volví en mí, había un coche de policía enfrente de la casa, y mi abuela me estaba gritando por no cuidar de mi primo. […] Después de esto, estaba enojada todo el tiempo. Tuve que repetir curso dos veces, y empecé a discutir con mi prima sobre a quién le tocaba robar cerveza y esconderla. A ella no le gustaba meterse en problemas con mi abuela, así que bebía menos. Pero yo no podía parar.

Cuando tenía trece años, me escapé de casa con la esperanza de encontrar a una de mis hermanas. Nunca la encontré, pero sí encontré a gente con quien pasar el tiempo. Aprendí a beber licores fuertes y también descubrí las pastillas. Hay un periodo de dos años que apenas puedo recordar porque estaba en las nubes casi todo el tiempo. Viví en diferentes casas y una vez, durante una semana, un coche vacío me sirvió de hogar. Me quedé con gente de todo tipo, y cuando volvía en mí estaba tan asustada que quería suicidarme. Al mirar atrás, sé que tuve mucha suerte porque nadie me mató.

Un día vi un periódico en la mesa de la cocina de la casa donde me estaba quedando. Tenía una resaca tremenda y el estómago revuelto, y estaba a punto de abrir una cerveza para calmarme. Miré la fecha del periódico: 5 de mayo. Era el día de mi cumpleaños; tenía quince años. Empecé a llorar y no podía parar. Logré beberme la cerveza y me sentí mejor, pero no podía parar de llorar. Empecé a pensar en todas las cosas que había hecho desde que me fui de casa. No sabía que había una salida. Ni siquiera podía recordar mi propio cumpleaños. Ese día no hice nada respecto a mi forma de beber; pero mi forma de pensar empezó a cambiar. Empecé a pensar que mi vida podría mejorar si no bebiera. Simplemente no sabía cómo dejarlo, ni qué haría si lo hiciera.

Un par de semanas más tarde, tuve un accidente de automóvil […] Una mujer vino a visitarme aquella noche y me dijo que ella solía tener muchos accidentes por haber estado siempre borracha. Me dijo que tenía una enfermedad llamada alcoholismo y que había una reunión de Alcohólicos Anónimos en el hospital, una reunión para personas que tenían problemas con la bebida. ¿Tal vez me interesaría asistir? Quería escaparme de aquel pabellón del hospital, así que fui a la reunión. Había allí unos cuantos pacientes, pero la mayoría de la gente parecía estar allí de visita. Un hombre que aparentaba tener unos 30 años, me preguntó “¿Cuántos años tienes?” y cuando le dije “Quince” casi no pude contener las lágrimas. Este hombre me dijo que era miembro de Alcohólicos Anónimos desde que era un adolescente y que esto era lo mejor que había hecho por sí mismo. Le dije que lo pensaría. Un par de personas más mayores contaron sus experiencias, pero de vez en cuando me parecía que estaban hablando de mí. […]

Salí con muletas del hospital y con el número de teléfono de un miembro de Alcohólicos Anónimos que la enfermera me había dado. Ella me dijo que debería llamar tan pronto como llegara a casa. Ese fue el comienzo de mi mejoría y ocurrió hace cuatro años. Los miembros de A.A. solían recogerme y llevarme a las reuniones con ellos, y cuanto más escuchaba, más me daba cuenta de que mi problema era que tenía una enfermedad: el alcoholismo. Y vi que tal vez podría hacer algo al respecto -como por ejemplo, no tomarme la primera copa, hoy-. Un par de semanas después, empecé a conocer a más adolescentes miembros de Alcohólicos Anónimos, y eso me ayudó mucho, mantenerme sobria con gente como yo que habían abandonado la escuela y estaban tratando de arreglárselas sobrios.

 

Alcohólicos Anónimos, Los jóvenes y A.A.