“Un refugio seguro…”
Después de ser dado de alta del primer centro de desintoxicación, empecé a ir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, cosa que hacía para que mi novia dejara de fastidiarme. Un viejo, Alfonso, me dijo: “Prepárate porque vas a emprender el mejor viaje de tu vida: no te bebas la primera copa, ven a las reuniones y todo irá mejor. Lo único que tienes que hacer es traer el cuerpo, ya le seguirá la mente”.
Una sola mirada a la palabra Dios en los Doce Pasos colgados de la pared me hizo ver claramente que esta comunidad de almas de 40 desilusionadas no era el lugar para mí. Que los viejos encuentren una nueva familia y una nueva religión en A.A. para reemplazar las que perdieron. Necesitan algún tipo de premio de consolación por haber fracasado en la vida. Soy demasiado joven para no beber nunca jamás, para retirarme de la vida. Me resultó imposible identificarme con la historia de alguien que había perdido su familia o su carrera a causa del alcohol porque, según lo veía yo, mi vida ni siquiera había empezado. Tenía grandes planes. Claro, aplazados hasta que aprendiera a beber sin riesgo. El viejo Alfonso se refería al alcoholismo como una enfermedad mortal, palabras intimidantes que me entraban por un oído y me salían por el otro.
Al mirar hacia atrás, la verdad está clara: En mi mente sabía que necesitaba el programa de A.A., pero no lo deseaba suficientemente en mi interior. El alcohol, por lo menos, según creía yo, me hacía posible convertirme en el ideal de cualquier persona, sin tener que considerar quién era yo realmente. Opté por abandonar Alcohólicos Anónimos y vivir en el oscuro apartamento de mi novia, bebiendo y mirando la televisión.
En una ocasión, pasé una noche entera bebiendo en espera de ingresar en un centro de desintoxicación del ayuntamiento. Cinco días después, un consejero me llamó a su oficina para decirme la dura verdad en cuanto a los pacientes dados de alta. Las estadísticas mostraban que 34 de cada 35 volverían borrachos. Les iba a enseñar que podía superar esto de una vez por todas. Yo sería el que no vuelve a este lugar infernal, pensé. Pero cuando me dejaron salir hice exactamente lo que me dijo que iba a hacer: compré una botella para celebrarlo. Mi novia perdió su confianza en mí y, poco después, me pidió que me marchara.
Afortunadamente, dicen que Dios ama a los niños y a los borrachos, y había un lugar donde podía quedarme. La semilla de Alcohólicos Anónimos estaba bien plantada: Un día a la vez, no me bebía aquella primera copa y llegué a depender de A.A. como un refugio seguro. Trataba de no comparar mi edad ni mi propia historia con las de otros miembros. El único requisito para hacerse miembro de A.A. es el deseo de dejar la bebida. Trataba de identificarme con los sentimientos de la gente que compartía su experiencia, fortaleza y esperanza para poder mantenerse sobria. No había otro lugar donde pudiera recibir tanta atención.
Empecé a ver que había gente de mi edad y aun más jóvenes sentados conmigo en la primera fila. Cuando los veteranos me dijeron lo muy afortunado que era por haber recibido el mensaje de A.A. cuando era joven y así evitarme las penas “por venir,” empecé a dejar de condenar, criticar y quejarme, y a mostrar más gratitud en mi actitud. La vida ha llegado a mejorar mucho más de lo que hubiera podido esperar como principiante. El mensaje es que Alcohólicos Anónimos funciona
Alcohólicos Anónimos, Los jóvenes y A.A.