“Faltar a mis promesas a mis hijos…”

 

Mi marido era un hombre muy guapo, y por esto creí que perdería mis temores y dejaría de estar tan nerviosa con la gente. Desgraciadamente, no era así, a menos que tomara una copa. En la universidad, había descubierto que una o dos copas facilitaban la comunicación. Y tres me hacían olvidar que no era hermosa.

Con el paso del tiempo, tuvimos hijos, quienes para mí significaban todo. No obstante, me despertaba horrorizada al darme cuenta de que había conducido de aquí para allá durante una laguna mental, con ellos en el coche.

Entonces, mi marido se puso enfermo. Sintiéndome muy sola y angustiada, tenía que beber, a pesar de que mis hijos —y ahora mi marido— dependían de mí.

[…] Nunca olvidaré la fiesta que tuvimos al celebrar el cuarto cumpleaños de mi hija. Al llegar el día, las madres, acompañadas de sus hijas, se presentaron en mi casa. Al verme, decidieron quedarse a la fiesta. Estaba tan borracha que no se atrevieron a dejar a sus hijas a solas conmigo.

Fue esto —faltar a mis promesas a mis hijos— lo que finalmente me hizo darme cuenta de que ya no podía vivir más conmigo misma. Acudí a Alcohólicos Anónimos buscando ayuda. Como la mayoría de la gente, tenía multitud de ideas erróneas referente a lo que encontraría cuando llegara a una reunión. Creía que todos los alcohólicos eran personajes de ínfima clase. En mi primera reunión, me sorprendió ver a mucha gente que reconocía como miembros respetables de la sociedad.

Aún más importante, la primera vez que entré a una reunión de Alcohólicos Anónimos experimenté esa sensación maravillosa de pertenecer. Al conversar con la gente, descubrí que no era la única persona que había hecho las cosas que hice y herido a las personas a las que yo más quería. Había tenido miedo de estar volviéndome loca. Me llenó de gratitud el enterarme de que el alcoholismo es una triple enfermedad, que había estado enferma mental, física y espiritualmente.

 

Alcohólicos Anónimos, A.A. para la mujer A  A