¿Puedes acordarte de las veces en que, al despertarte, no podías levantarte de la cama a no ser que supieras dónde tenías escondida una botella? El día en que cogí la borrachera que acabó conduciéndome a prisión no fue en nada diferente a otros centenares más. Cuando amaneció esa mañana, me parecía un día como todos los demás. No tenía la menor idea de que algo así me sucedería. Al llegar a prisión, me vi integrándome a una forma de vida que parecía significar el fin de todo para mí. La familia, los amigos y conocidos, todos me habían abandonado; no querían tener nada que ver conmigo. ¿Por qué? ¿A quién echar la culpa? ¿Cómo me habría enredado en ese lío?

¿Dónde estaba el fiel compañero, Don Alcohol, el amigo que me había sostenido desde hacía ya tantos años…? ¿Cómo podría haberme abandonado en tal hora desesperada? Esto era el fin. ¿Qué podría hacer yo a mi favor? En prisión conocí a un tipo que era miembro de algo llamado “Alcoholicos Anónimos”. Al hablar con él, podía ver que en muchos aspectos nuestras vidas habían corrido paralelas, la una con la otra. Me aconsejó que investigara el grupo de A.A. de la prisión.

Pedí y me concedieron permiso para asistir a las reuniones del grupo. Me quedé maravillado con los ex bebedores que allí hablaban de una nueva manera de vivir. ¿Podría yo admitir que no podía controlar mi forma de beber? Ni soñando. ¿Quién podría haber ideado tal programa tan lleno de tonterías? Yo podía manejar mi vida sin unirme a una pandilla de locos.

Pero parece que me había contagiado, porque estaba allí la próxima vez que se reunió el grupo, intentando burlarme de todo lo que se decía. Nadie decía nada que para mí tuviera sentido, o así quería que lo fuera. No obstante, seguía esperando la siguiente reunión. Por fin, después de muchos meses y muchas palabras empezó a penetrar en mi dura cabeza que había algo que había pasado por alto. No sabía qué era, pero iba a averiguarlo.

¿Es fácil practicar este programa en prisión? No. No. No. ¿Es fácil admitir que no podemos manejar nuestra vida? No. ¿Admitir que no estamos cuerdos? No. ¿Es fácil entregar nuestra voluntad y nuestra vida al cuidado de Dios, tal como cada quien lo concibe, después de haber pasado tantos años bebiendo? No. ¿Es fácil hacer sin miedo un minucioso inventario moral? No. ¿Es fácil admitir ante Dios y ante otro ser humano nuestros errores? Yo diría que no. ¿Estamos plenamente dispuestos a dejar que Dios nos libere de nuestros defectos? No. ¿Dispuestos a continuar haciendo un inventario personal y cuando nos equivocamos admitirlo? ¿Quién soltaría tamañas tonterías? ¿Estamos dispuestos a intentar, a través de la meditación y la oración, acercarnos cada vez más a Dios? No. No tenemos suficiente tiempo para llevar este mensaje a otros alcohólicos. ¡Que se las arreglen solos!

¿Puede este programa llegar a ser fácil en la prisión? Si, si una persona es sincera; si realmente quiere hacer algo respecto al lío en que ha convertido su vida. La forma en que esto se hace en prisión no es muy diferente de cómo se hace fuera. Sí, puedo oíros decir que en prisión no hay tantas tentaciones como las hay allí fuera. No tenéis razón. Hay tantas, si no más, formas de sabotear el programa tanto dentro como fuera.

 

Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso.