Amanecer

 Llegué al Grupo 24 Horas de A.A. al borde de la locura, desesperanzado, sin saber dónde estaba parado, ni siquiera a qué lugar llegaba.Fue el “regalo de cumpleaños” de mis hijos: unos compañeros habían hecho una junta de información en su colegio, y cada uno me trajo un autodiagnóstico.

Estaba cansado, mucho. Me pesaba el alma, nada me importaba. El médico de cabecera me aseguraba que de seguir así duraría poco, que debía dejar de beber. No sé la cantidad de veces que me lo dijeron, ni las que lo intenté, por lo general después de una gran resaca… Me prometía una y otra vez no emborracharme. No era consciente de que, una vez comenzaba a beber, no podía parar. Intenté abstenerme, pero era imposible. Además me volvía intratable, agresivo, con una ansiedad impresionante. Me diagnosticaron depresión, me recetaban ansiolíticos y calmantes, con la clara advertencia de no consumir alcohol. Pero tarde o temprano bebía de nuevo, y el resultado era peor: “drogado” y borracho, histérico, lagunas mentales, despertaba tirado en la calle, vomitado, no recordaba dónde estaba el coche o quién hablaba conmigo, delirios auditivos (oía que me llamaban pero no había nadie), delirios visuales, paranoias, etc.

Cuántas veces mudé de ciudad, de pareja, de trabajo, qué sé yo, de todo… siempre con la esperanza de cambiar, de que ahora sí iba a ser todo diferente. Y al principio era cierto, pero poco a poco regresaban los antiguos patrones, y otra vez lo mismo, una y otra vez: perdía el norte, me emborrachaba, cada vez más rápido y con resacas peores. Mi sentimiento de culpa me llevaba a la desidia, nada importaba, todo me daba igual. La cabeza no para, los fantasmas te torturan día y noche…Te llaman borracho, te echan en cara a cada oportunidad tus errores, tus fallos, que no sirves para nada… Pero no importa, sólo buscas no estar solo, es mucho el miedo a la soledad.

Un día en que, cansados de echarme y de que no me fuera, la familia me abandonó y no sabía qué hacer ni adónde ir, sin ninguna esperanza, vi el autodiagnóstico y llamé. Me preguntaron si quería dejar de beber, y si era así que me acercase. Fui, no sabía ni adónde. Tampoco tenía la más mínima esperanza. Todo me daba igual.

Empecé a escuchar a los que hoy forman parte de mi vida, porque aquello no era vida. Llegué muerto, con lo que tienen los muertos: nada.

Y desde ese día no he vuelto a beber ni a consumir ninguna otra sustancia.

 Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos