Mi nombre es María y soy alcohólica. Bebí por primera vez el día en que cumplí 16 años de edad. Inmediatamente me gustaron los efectos que el alcohol producía en mí. Por naturaleza, soy una persona tímida y callada; no obstante, el alcohol me dejaba hacer cosas que no podía imaginarme hacer cuando estaba sin beber.

Bebí solamente durante cinco años, pero al echar una mirada en retrospectiva es obvio que bebía alcohólicamente desde el mismo principio. Cuando bebía, otra personalidad asumía su dominio sobre mí, una personalidad que no me caía bien. Durante mis años de bebedora, era infiel a mi marido. Le echaba la culpa de mi infelicidad a él, o al hecho de que era demasiado joven cuando me casé. Era insaciable, vacía dentro, buscando la felicidad en el fondo de la botella.

No frecuentaba los bares. La mayoría de las veces, bebía en casa. El trabajo de mi marido le requería ausentarse a menudo de la ciudad. Esperaba unos treinta minutos después de que él salía de casa, y luego compraba mi suministro, me volvía a casa y bebía sin tregua hasta perder el conocimiento. Me hundía en lo que más tarde aprendería a reconocer como “una racha de autocompasión”, llamaba a mis amigos para invitarles a una fiesta. Sin embargo, al poco rato, estos sentimientos se convertían en remordimientos y culpabilidad. No tenía ni siquiera la sospecha de que era alcohólica. No sabía lo que significaba ser alcohólica. Creía que mi marido causaba todos mis problemas, y decidí divorciarme.

Una tarde, sentada en el sillón escuchando la radio o mirando la televisión, no puedo recordar el qué, oí una voz que decía: “Si tienes un problema con la bebida, llama a este número”. Me habían dicho que bebía en demasía, ¿por qué no llamar? Si el locutor hubiera dicho: “Si eres un alcohólico…”, nunca habría telefoneado. Por curiosidad, telefoneé. Una mujer muy amable me preguntó si necesitaba ayuda para un problema con la bebida; me preguntó si podía mantenerme sobria durante 24 horas, y le respondí que no. Me dijo que cualquier persona podía mantenerse sobria durante 24 horas. Me sentí ofendida y colgué.

Yo era una de esas “alcohólicas lloronas”, así que volví a llorar. Al día siguiente me desperté, empecé a beber y me acordé de haber llamado a Alcohólicos Anónimos el día anterior y me decidí a llamar otra vez. Hablé con la misma mujer, me propuso hacer que alguien me llamara y me llevara a una reunión. Rehusé ir, colgué, lloré y volví a beber. Llamé otra vez, y le pedí que me enviara a alguna información. Lo hizo, la leí, le llamé de nuevo y me dijo dónde se efectuaba la reunión. Pedí a una vecina que me acompañara esa noche. Un señor estaba hablando. No recuerdo nada de lo que se dijo, excepto que una mujer me dio un “paquete de principiantes” que contenía nombres, y me pidió que llamara a alguien antes de tomar la próxima copa. También me dijo que siguiera viniendo.

Hoy asisto a las reuniones para recordarme a mí misma que, a pesar de haber mantenido mi sobriedad durante algunos años, sólo una copa me separa de la próxima borrachera. Para mí A.A. sigue funcionando, un día a la vez.

Alcohólicos Anónimos, A.A. para la mujer