El mío es en cierto modo inusitado. No hubo episodios de infelicidad durante mi niñez que pudieran explicar mi alcoholismo. Aparentemente, tenía una propensión natural a la bebida.Estaba felizmente casado y nunca tuve ninguno de los motivos, conscientes o inconscientes, que a menudo se citan para beber. No obstante, como indica mi historial, llegué a convertirme en un caso grave.Antes de que la bebida me derrotara totalmente, tuve algunos éxitos apreciables. Pero todo esto se fue esfumando según bebía cada vez más. Así que, cuando llegaron Bill y el Dr. Bob, mis fuerzas se habían agotado.

La primera vez que me emborraché, tenía ocho años. No fue culpa de mi padre ni de mi madre, quienes se oponían fuertemente a la bebida. […] Recuerdo que mi padre tenía whisky en la casa con propósitos medicinales y para servir a los invitados, y lo bebía cuando no había nadie a mi alrededor y añadía agua a la botella para que mis padres no se dieran cuenta.

Seguí así hasta que me matriculé en la universidad y, pasados cuatro años, me di cuenta de que era un borracho. Mañana tras mañana me despertaba enfermo y temblando, pero siempre disponía de una botella colocada en la mesa al lado de mi cama. La cogía, me servía una copa y, a los pocos minutos, me levantaba, me servía otra, me afeitaba, desayunaba, me metía en el bolsillo un cuarto de litro de bebida y me iba a la universidad. En los intervalos entre clases, corría a los servicios, bebía lo suficiente como para calmar mis nervios y me dirigía a la siguiente clase.

Dejé mis estudios para alistarme en el ejército. En aquel entonces, a esto lo llamaba patriotismo. Más tarde, me di cuenta de que estaba huyendo del alcohol. En cierto grado me ayudó, ya que me encontré en lugares donde no podía conseguir nada de beber, y así logré romper el hábito.

Luego entró en vigor la Ley Seca, y el que lo que se podía obtener era tan malo, y a veces mortal, unido al haberme casado y tener un trabajo que no podía descuidar, me ayudaron durante un periodo de unos tres o cuatro años; aunque, cada vez que podía conseguir una cantidad de bebida suficiente para empezar, me emborrachaba. Pertenecíamos a algunos clubs donde se comenzaba a fabricar y a servir vino. No obstante, después de dos o tres intentos, supe que esto no me convencía, ya que no servían lo suficiente para satisfacerme, así que rehusé beber. Ese problema, sin embargo, pronto se resolvió cuando empecé a llevar mi propia botella conmigo y a esconderla en el baño o entre los arbustos.

A.A., Alcohólicos Anónimos