Después de cumplir únicamente dieciocho meses de mi condena, este ex incorregible fue puesto en el “grupo de honor”. (Dios, tal como yo lo concibo, obra por medio de la gente.) Poco tiempo más tarde, me trasladaron a la instalación del grupo de honor, donde pasé el año más doloroso de mi vida. El crecimiento siempre causa dolores, y sin la ayuda de mi compañero “civil”, Eugenio, puede que no hubiera sobrevivido a aquel año crucial de ajustes. Este amigo A.A., cuando estaba afuera con permiso, me alojaba en su casa. No sería suficiente decir que él y su esposa me aceptaron. Escuchaba mis penas; los dos me trataban como a un ser humano.

Pasado poco tiempo, fui seleccionado, junto con otros ocho reclusos de 10,000 presos, para asistir a una escuela, cuyo propósito era convertir a los “presos problema” en consejeros. Mis compañeros fueron puestos en libertad condicional y empezaron a trabajar. Yo todavía no había cumplido suficiente tiempo para que me consideraran candidato para libertad condicional, hasta que, sin duda con la ayuda de Dios, cortaron cinco años de mi sentencia. Fui puesto en libertad condicional, habiendo cumplido menos de tres años de condena. Entonces empecé también a trabajar como consejero. Para apreciar lo milagroso de esto, tendríais que entender el mecanismo carcelario.

Hace más de un año que trabajo como consejero de alcoholismo, y ahora mi libertad ya no es condicional. De vez en cuando hago visitas a mi alma máter para dar charlas de A.A. Considero que mi sobriedad se remonta al día que llegué a A.A., de forma definitiva, no a la fecha de mi última copa. Estar seco no equivale a estar sobrio.

Hace tres semanas, sonó mi teléfono y oí una voz que no oía desde hacía más de 23 años. Era la voz de mi ex esposa, quien me decía que mi hijo, de 27 años, quería verme en privado, que se iba a casar en tres meses y que le gustaría verme en la boda. No he visto a mi hijo desde que tenía tres años y medio. No me conoce, ni yo le conozco a él. Doy gracias a Dios porque lo voy a ver este mes. Espero que allí en la boda tendré la oportunidad de ver a mi hija y a su madre. La última vez que la vi, mi hija tenía año y medio. Hace dos años intenté hacer algunas enmiendas, poniéndome en contacto con mi familia. Pero no era todavía hora de hacerlo, según Dios lo tiene dispuesto.

No me merezco nada de lo que me ha ocurrido. Me refiero a las buenas cosas que han ocurrido. Lo debo todo a A.A. y a Dios. No me atribuyo el mérito por nada. El mes que viene, cumpliré 50 años. Todavía no he visto a mi hijo ni a mi hija, ni a mis nietos; pero me siento agradecido. Es todo como un sueño. Tal es el misterio de la vida; pero es un misterio que se hace cada vez más hermoso.

Perdonadme. No puedo escribir más acerca de los acontecimientos más recientes, esperando ver a la familia que abandoné hace tanto tiempo. Además, sólo puedo vivir hoy. Tengo que estar preparado y dispuesto para aceptarlo si resulta que no les veo jamás. Es difícil, pero únicamente así me ha dado resultados.

Todavía soy arrogante, egoísta, hipócrita, sin humildad alguna, incluso un farsante a veces; pero me esfuerzo por ser un hombre mejor y por ayudar a mis prójimos. Nunca seré un santo, pero, sea quien llegue a ser, quiero estar sobrio y en A.A. La palabra “alcohólico” ya no me disgusta; de hecho, al aplicarse a mí, es un placer para mis oídos.

 

Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso.