La enfermedad del alcoholismo la constituye la obsesión por beber, esa enorme y destructiva fuerza que nos impelía a beber, esa idea fija que inundó nuestra vida, pensamiento y voluntad de bebedores problema.

En efecto, la dependencia por el alcohol nació al hacer contacto con la primera copa. Tal parece que todo nuestro cerebro se empapó de alcohol. Desde este momento la idea obsesiva por beber se convirtió en una fuerza a la que siempre sucumbimos. Todos los departamentos de nuestra vida estaban impregnados de pensamiento alcohólico, toda actividad fue antecedida y precedida por la idea de beber.

Dificultades en el hogar, en el trabajo, la sensación de frustración, de incomprensión, de injusticia, de temor, incapacidad para relacionarnos con otros seres humanos, la manifestación de nuestros complejos de inferioridad, de nuestros sentimientos de superioridad, nuestra euforia, los artificiales sentimientos de importancia, nuestro mundo entero mental y emocional estaba contaminado por el alcohol. Cada emoción era contenida por alcohol, nuestro deseo de estar alegres, nuestra necesidad de seguridad, nuestros sueños de pompa y poderío, nuestra vida entera indisolublemente ligada al deseo de beber.

Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 3 (abril de 1984)