Muchos de nosotros recurrimos a Alcohólicos Anónimos no tanto en petición de ayuda –ésta parecía totalmente fuera de nuestro alcance–, sino como un último recurso, un último intento que incluso sabíamos vano e infructuoso.

Desesperanzados, las consecuencias de nuestros actos a las espaldas, ante la cercanía de la locura y de la muerte se manifestó el milagro: un ser humano que se acerca arrinconado por la vida recibe el amor de los compañeros, de otros seres humanos que han vivido el mismo infierno, comprensión capaz de destruir las barreras que levantamos para protegernos de un mundo que siempre consideramos hostil, de un mundo que nos despreció y al que también despreciamos, armaduras que también nos habían impedido sentir el afecto y el cariño que nos rodeaba.

Paradoja insoluble la del enfermo alcohólico: ser hipersensible condenado por sus miedos y temores a la soledad emocional, a vivir en una dimensión de sufrimiento sobredimensionado. Unicamente otro enfermo alcohólico es capaz de traspasar esas defensas y “tocar” el corazón del enfermo alcohólico, de ese ser humano que trae a Dios consigo. Y entonces nos dimos cuenta de que se nos había concedido una segunda oportunidad, que era posible, que habíamos llegado a casa.

 

Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos