Cuando mi familia me acompañó al Grupo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos, mis circunstancias eran verdaderamente penosas, tanto en el plano emocional como en el físico, viviendo delirios y lagunas mentales, resentido con Dios, con la vida e incluso conmigo mismo.

¿Quién me hubiera dicho, cuando empecé a beber y a “disfrutar” la “fiesta del alcohol”, que iba a acabar como acabé? Vivía un círculo vicioso, como pescadilla que se muerde la cola, un día tras otro prácticamente igual: bebiendo para olvidar lo que traía a mis espaldas. En casa de mi madre, encerrado entre cuatro paredes, había perdido por mi manera de beber la mayoría de los clientes, incluso la pareja, y cada día vivía situaciones complicadas con la familia. Me había escondido de la sociedad, por la forma en que bebía y las situaciones en que me veía envuelto. Y sin embargo, con todo y esto, me era imposible dejar de beber.

Por momentos me sentía la persona más desgraciada del mundo, sin ánimos para vivir. Cada noche, cuando me acostaba, rezaba a mi Dios para amanecer muerto y dejar de sufrir. Incluso en alguna ocasión había pretendido acabar con mi vida, pero ni siquiera eso había podido conseguir.

Mis intentos por dejar de beber se habían terminado Para mí era imposible dejar la bebida, lo había intentado en todas partes y de todas las maneras posibles, y no lo había logrado.

Cuando llegué al Grupo 24 Horas de A.A., en tan malas condiciones, empastillado, sin ilusion por vivir ni el más mínimo ánimo de que este nuevo intento me fuera a funcionar, todo me resultó muy raro y extraño. Sin embargo, las personas que me recibieron se veían bien, con alegría, una de las cosas que había perdido hacía tanto tiempo.

Gracias al Grupo, y con la ayuda de mis compañeros, logré lo que en ningún otro lugar había conseguido: dejar de beber, y empezar a vivir una vida, una vida nueva.

Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos