Llegué a Alcohólicos Anónimos tras una infernal vida de sufrimiento, una vida llena de trampas que yo mismo me puse sin ni siquiera darme cuenta. Después de haber tenido casa, buen trabajo, dinero, esposa e hija, acabé perdiéndolo todo, tanto por las malas decisiones que tomé a lo largo de mi vida como por una manera descontrolada de beber, que repercutieron en la economía familiar y en mi estabilidad emocional y la de las personas a las que decía más querer.
Entonces decidí ingresar de forma voluntaria en un psiquiátrico privado. Después de una cura de sueño me dieron de alta, me recetaron pastillas psiquiátricas y me dijeron: “Estás curado”.
Yo no sabía en aquel entonces que padecía una enfermedad incurable, progresiva y mortal. Y como pensaba que mi forma descontrolada de beber estaba resuelta, empecé de nuevo a beber. Pero al tomar de nuevo contacto con el alcohol, reviví la misma situación, cada vez peor, y caí en picado de una forma más pronunciada. La mezcla de alcohol y medicación me provocaban lagunas mentales y menos tolerancia al alcohol. Acabé en coma en un hospital, por parada cardiorrespiratoria.
Esta experiencia no me sirvió de escarmiento, y, cuando me dieron de alta, volví a beber, y finalicé otra vez más en el hospital, esta vez con una pancreatitis aguda, temblores incontrolables y ataques etílicos. Allí prometí dejar de beber cuando saliera, promesa que no fui capaz de cumplir. Mi esposa me abandonó, junto con mi hija, porque no soportaba mi enfermedad ni sabía cómo ayudarme.
Fue entonces cuando llegué a A.A., tembloroso, temeroso, sintiéndome culpable y solo, muy solo. No sabía lo que iba a encontrarme. Allí supieron comprenderme y me ayudaron a retomar las riendas de mi vida, que a día de hoy puedo disfrutar al lado de mi esposa e hija, como me aseguraron al recibirme: “Vas a aprender a vivir”. Y hoy me están devolviendo la esperanza que algún día perdí.
Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos