Aquel 28 de noviembre, día en que llegué al Grupo 24 Horas, me encontraba a las puertas de la muerte, o por lo menos así me sentía. Mi vida no valía nada. Había pasado toda la noche bebiendo en una pensión, había destrozado mis ilusiones, sin ganas de vivir. Miraba hacia atrás, y estaba todo destruido, sobre todo mi dignidad como persona. Veía mi vida a través del cristal de una botella. Me acostaba totalmente bebida, y por las mañanas, al despertar, las resacas, tanto la moral como la física, eran tan terribles que sólo deseaba morirme. Cuántas veces me pregunté cómo había llegado a ese punto. Lloraba, y miraba a mi alrededor, y me hallaba sola, pero en esa soledad quería permanecer, para continuar destruyéndome. Era un túnel sin salida, oscuro. Y sentía la desesperación, las ganas de huir, de no sentirme como me sentía. No hallaba solución.

Mi padre fue a buscarme esa mañana: “¡Dios mío, hija, cómo estás! ¿En qué te fallé?” Me llevó a casa, y me dijo que llamara a un número de teléfono. La verdad es que ni siquiera vi que era el número de Alcohólicos Anónimos. Le respondí que llamara él, pero me insistió con voz suave: “Hazlo tú”. Sé que Dios, tal y como yo lo concibo, estaba en ese momento a mi lado. Mi padre me tendió la mano e hizo que marcara el teléfono. Al otro lado me contestó alguien: “¿Quieres dejar de beber? Te podeos ayudar. Ven”.

Mi abuela, que a día de hoy ya no está con nosotros, pero que se fue viéndome sin beber, me animaba: “No puedes seguir así, mi niña”. Yo no atendía a nadie, ni a nada. Quería salir de esa angustia y todos me decían: “Deja de beber”, pero nadie me decía cómo dejar de beber y de sentirme como me sentía.

Mientras mi padre fue a buscar a mi madre, corrí al bar a buscar una cerveza y una lata de coca cola llena de wiski. En mi autoengaño, pensaba que así nadie se daría cuenta de que era alcohol.

Y así llegué al Grupo 24 Horas de Alcohólicos Anónimos. Y desde ese día hasta el día de hoy no he vuelto a probar una sola gota de alcohol, y recobré mis ilusiones y mis ganas de vivir. Tenía 24 años, y a veces pensaba que era muy joven, que aún aguantaría una borrachera más. Pero todo lo que me quedaba por vivir, en caso de seguir bebiendo, es lo que me he ahorrado.

Sólo por hoy, ése fue el principio del fin, el principio de una nueva vida y el final de una vida de denigración, soledad, desesperación y angustia. Gracias a mis compañeros, sólo por hoy y un día a la vez, hace unos días celebré un aniversario más, sintiéndome viva y viviendo la vida que me prometieron, “útil y feliz”.

Movimiento Internacional 24 Horas de Alcohólicos Anónimos