Nadie como un enfermo alcohólico posee el don de tocar el corazón de otro enfermo alcohólico y establecer con él una profunda relación, el “puente de comprensión”.
Bill W., cofundador de A.A., refiriéndose a los descubrimientos del alcoholismo como enfermedad y a los primeros experimentos de autoayuda, afirma: “Del doctor Silkworth aprendimos la naturaleza de nuestra enfermedad. Nos suministró las herramientas para perforar nuestro ego de alcohólico, y nos habló de la obsesión que nos obliga a beber y la alergia del cuerpo que nos condena a la locura o a la muerte”. Pero necesitó que su amigo Ebby T. hablara con él: “Cuando un alcohólico habla con otro alcohólico se realiza el milagro”. Cada uno de nosotros hemos sido testigos de miles de milagros, de una larga cadena de hechos afortunados que inició un lejano 10 de junio, cuando un enfermo alcohólico llegó al corazón de otro.
En palabras del Dr. Bob, cofundador de A.A.: “Fui a dar con un grupo de personas que me atraían por su aparente equilibrio, buena salud y felicidad. Le dediqué mucho tiempo y estudié el asunto durante dos años y medio, pero a pesar de eso me emborrachaba todas las noches.
“Por aquellos días una señora llamó a mi esposa un sábado por la tarde; quería que fuese a su casa esa noche a conocer a un amigo que podría ayudarme. Ese día había llegado a casa muy borracho, y perdido el conocimiento. Al día siguiente volvió a llamar. Queriendo ser cortés aunque me sentía muy mal, accedí: ‘Vamos a hacer la visita», e hice a mi esposa prometer que no nos quedaríamos más de quince minutos.
“Llegamos a las cinco y eran las once y cuarto cuando salimos. Tuve posteriormente dos conversaciones más breves con este hombre y dejé de beber repentinamente. Este periodo seco duró tres semanas. Entonces decidí asistir a una reunión de una sociedad nacional de la que era miembro y que duró algunos días. Me bebí todo el whisky que llevaban en el tren y compré varias botellas de camino al hotel. Bebí todo lo que me atreví a beber en el bar y fui a mi habitación a terminar la borrachera. Los días siguientes volví a emborracharme. No quise quedar mal, y me fui del hotel. Camino a la estación, compré bebida. A partir de entonces no recuerdo nada sino hasta que desperté en casa de un amigo, cerca de la mía. Esas buenas personas avisaron a mi esposa, quien mandó a mi nuevo amigo para que me llevara a casa. Llegó, me llevó, me acostó, me dio unas copas esa noche y una botella de cerveza el día siguiente.
“Eso fue el 10 de junio de 1935, y ésa fue mi última copa.” Había nacido Alcohólicos Anónimos.
Virgilio A., Movimiento Internacional 24 Horas de A.A: