Muchos de nosotros, antes de que se nos transmitiera el mensaje de Alcohólicos Anónimos, hicimos vanos intentos por dejar de beber, “juramentos”, promesas, buscamos el auxilio de la medicina, etc. En definitiva, de alguna manera, la mayor de las veces de forma instintiva, comenzamos a sentir la necesidad de dejar de beber, pero fundamentalmente el deseo de que nuestras circunstancias fueran diferentes, de que algo cambiara de manera definitiva nuestras vidas.

En esa confusión, muchos deseamos huir del escenario de nuestras borracheras. Para los que vivimos en la ciudad, culparla por todos nuestros males y añorar y desear la paz de la provincia. Para los que teníamos “hogar”, desear la liberación y de manera instintiva sentir que las personas asociadas a nosotros, esposa, esposo, madre, hermanos, amigos, constituían de alguna manera parte de nuestra carga emocional; sentir la angustia por las demandas de afecto, de atención, por los requerimientos económicos o simplemente por los compromisos que nos imponían nuestra familia, nuestro trabajo o la sociedad en general. Esto es, formalmente se hacía evidente la rotura de nuestro sentimiento comunitario.

Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 5 (junio de 1984)