Nos encontramos en los inicios de un nuevo año y vivimos la experiencia de ver rostros nuevos que llegan a nuestros grupos. Efectivamente, muchos factores se conjugan para esto. Los medios masivos de comunicación avalan y apoyan de buena voluntad el mensaje de vida que se difunde intensamente en televisión y diarios. Atrás quedaron los días en que se ponía en duda la eficacia del programa de Alcohólicos Anónimos que se practica en el Movimiento Internacional 24 Horas. Hoy existe una gran solidaridad, lo que da oportunidad a muchos enfermos por alcoholismo de salvar la vida.
Sin duda alguna, con tanto compañero nuevo crece nuestra responsabilidad. Trabajar con otros alcohólicos, en el apadrinaje, la tribuna, la coordinación, los intentos por hacer que se sientan en casa, brindarles el calor humano que se respira en cada una de nuestras juntas, insistir en la necesidad de respeto que nos debemos los unos a los otros como herramienta adicional para nuestra conservación individual y colectiva. No podemos ser juez, jurado y verdugo de nuestro hermano alcohólico, pero tampoco tan complacientes que nos convirtamos en cómplices de la muerte.
El compañero que aborda la tribuna estimula y aviva el deseo de amistad que se revive y manifiesta en cada uno de nosotros. No podemos olvidar que el programa de A.A. busca reducir el egocentrismo del enfermo alcohólico. La línea que divide la buena voluntad de la complicidad es a veces muy tenue; al igual que la que separa el verdadero amor de su antítesis, la dependencia emocional. Tenemos la bendición de no caminar bajo ninguna norma preestablecida. Ninguna sociedad como la nuestra respeta tanto la libertad de expresión; en este mundo a veces de contradicciones, nadie puede creerse absurdamente la voz pura de Alcohólicos Anónimos. Mundo de la sinrazón: proclives a disfrazar nuestras ideas egoístas, nuestra necesidad de revalidar con argumentos de buena voluntad nuestro autoengaño, nuestro narcisismo individualista y también, ¿por qué no?, nuestra verdad, nuestro deseo de desprendernos, nuestra necesidad de amar, nuestra impotencia, las luces y sombras de las que está hecha nuestra conciencia grupal.
Con el tiempo llegué a percatarme de que un error de selección o una decisión para querer pasarme de listo pudo haberme costado la vida. En A.A. una equivocación puede ser fatal. Pero frente a estos disturbios pasajeros está la experiencia real de que un Dios bondadoso (tal y como cada quien lo conciba) custodia nuestra militancia. A él hemos entregado nuestra vida y sólo él ha hecho posible el milagro de nuestro Movimiento.
El nuevo no necesita mayores explicaciones que las elementales: Escuchar sus juntas. Nadie pudo en mi caso personal aclararme las dudas que por millares me asaltaban, nadie que no fuera el sufrimiento pudo darme la confianza, al no quedarme de otra que la última oportunidad que se me ofrecía. Sólo en la desesperanza florece la esperanza. Esta es una oportunidad para apadrinar, para poner en juego toda nuestra buena voluntad pero también toda nuestra honradez, porque el deseo de aprobación por parte del ahijado o de admiración puede convertirnos en cómplices, y aquellos que pudieron haberse salvado tal vez se vayan para no regresar. Podemos obstruir el crecimiento y empañar la libertad de otro ser humano, manipulándolo, mimándolo en exceso, autoengañándolo, dándole debilidad en vez de fortaleza, lo contrario del amor.
Para estas horas y en estas horas, Dios, cuando habla en la conciencia del Grupo, es nuestra autoridad final.
Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 39 (diciembre de 1990)