Hemos aprendido la dura lección de que todo intento por dejar de beber fue inútil, de que el alcohol había nublado nuestra conciencia y jamás pensamos ser víctimas de una enfermedad. Nos negamos a admitir hasta la elocuencia de los hechos nuestra impotencia frente al alcohol y defendimos nuestra enfermedad a las gradas de la locura y de la muerte.
Culpamos a todos de nuestras desgracias, de nuestros fracasos y frustraciones, pretendiendo despertar la conmiseración de familiares y amigos. De alguna manera a muchos de ellos les hicimos cómplices de nuestra manera de beber y de nuestra manera de vivir. Fue necesario tocar fondo, es decir, en el límite de la desesperación, al final de nuestra terrible y trágica experiencia, cuando el concepto y la estima de nuestra persona a fuer de engañarnos estaba rota, surgió una solución, una decisión capital: tuvimos que admitir la dura decisión de aceptar la ayuda de Alcohólicos Anónimos o morir alcoholizados.
Virgilio A., Boletín del Movimiento 24 Horas, núm. 1 (febrero de 1984)