J. M. (se unió a A. A. a los 78 años)

 “Sabía que nunca podría dejar de beber.

y no estaba seguro de que quisiera dejarlo”

 

Me jubilé un año antes de cumplir los acostumbrados 65 años por temor a que me despidieran antes de tenerlos cumplidos. Me daba cuenta de que tenía un grave problema con la bebida. Además, sabía que nunca podría dejar de beber y no estaba seguro de que quisiera dejarlo. En este punto mi vida casi no tenía sentido. No hacía otra cosa que beber y pelear con mi esposa, los dos borrachos. Sabía que esto no era lo que había querido para mis años de retiro; pero sabía también que probablemente no iba a cambiar. Varias veces en mi vida, cuando tenía problemas en casa o en el trabajo, me había mantenido abstemio. Pero siempre, al relajarse la presión, volvía a beber.

Mi esposa murió de cirrosis hepática (el mismo año que mi hijo Diego logró su sobriedad en Alcohólicos Anónimos). Sufrí torturas infernales a causa de los remordimientos, los resentimientos y la culpabilidad. Pasé dos meses sin beber y después empecé a agarrar borracheras periódicamente, las cuales me condujeron a siete hospitales en un plazo de nueve años. En esa época, solía ir a visitar a mis hermanas y me quedaba con ellas cuatro o cinco meses sin beber ni una gota. Pero siempre me reponía y regresaba a casa y, pasado un mes nuevamente volvía a beber.

Cuando estaba con Diego tuve mi primer contacto con Alcohólicos Anónimos (No estaba bebiendo entonces. Sabía que mi hijo no lo habría permitido.) Me impresionaba mucho lo que había hecho A. A. por Diego, porque sabía que él había tenido un problema grave con la bebida y había dejado de beber. Iba a muchas reuniones con Diego y a veces cuando pedían a los recién llegados que levantaran la mano, lo hacía yo. Sabía que le complacía a Diego. No tenía la menor sospecha de que algún día yo levantaría la mano por mí mismo.

Hasta que llegó aquel día en que me encontré en el hospital, temblando violentamente, con temor de que fuera a sufrir delirium tremens y de que, quizás, fuera a morir. Era como si en un instante toda mi vida pasara ante mis ojos, y experimenté entonces lo que llamaría después un momento de lucidez. Me vi a mí mismo a la edad de 78 años, un borracho que se había desgastado a sí mismo, y que se había aprovechado del amor de sus hijos y sus nietos para que le cuidaran en su embriaguez. Y me acordé de lo que había oído decir a los alcohólicos anónimos, que el alcoholismo siempre va empeorando, nunca mejorando, y ahora lo creí.

Al principio no intentaba nada más que recuperarme, pero después de unos cuantos días, podía escuchar realmente lo que estaban diciendo la gente de A.A., y lenta pero de forma segura empezaba a creer que A.A. podría tal vez funcionar para mí también.

Ahora voy a muchas reuniones, y tengo amigos que antes no sabía que existían. Desde que llegué a Alcohólicos Anónimos, mi vida ha sido dramáticamente transformada. Claro que no es perfecta, pero tiene mucho más significado.

 

Alcohólicos Anónimos, Tiempo para empezar a vivir