D. B. (se unió a A. A. A los 61 años)

 “Beber sin estorbos se convirtió en la cosa más importante de mi vida”

 

Nunca he vivido en la jungla, ni en los barrios perdidos. A mí me parece que estas zonas perdidas no son sitios, sino estados de mente. Mi zona perdida era mi habitación en casa o, al estar viajando, el hotel. Había construido alrededor mío una prisión, muros de odio, de resentimientos y animosidad. Y, al igual que muchos, he tenido que trabajar mucho para derrumbarlos.

Volví a casa de mis padres donde, durante los siguientes diez años, beber sin estorbos se convirtió en la cosa más importante de mi vida. Tenía 50 años. […] Un día, sintiéndome fatal, atontado por la bebida, sin dónde ir, llegué al fin del camino. Sinceramente creo que en ese momento me di cuenta de que tenía que hacer algo respecto a mi problema –la bebida–. El último mes me había encontrado en “el valle de las sombras de la muerte”, al haberme tragado un puñado de pastillas. Varias veces había pensado en el suicidio, pero ésa fue la primera vez que lo intenté. Me acordaba de uno de mis antiguos compañeros de copas que había dejado de beber y se había unido a lo que yo creía era una secta religiosa –Alcohólicos Anónimos–. Me había dicho unas cuantas veces que si algún día quería dejar de beber, debía telefonearle. Lo hice. Era casi medianoche cuando vino a verme. Cuánto tiempo se quedó conmigo y de qué hablamos nunca he podido recordar.

Cuatro días después, al llegar a mi primera reunión, yo era una persona exasperante, testaruda, tergiversadora y trastornada. Llevaba en mi corazón el odio y la animosidad. Físicamente, era un mero vestigio de mí mismo, un fantasma ojeroso, extraviado que andaba arrastrando los pies; económica y espiritualmente estaba en bancarrota. Iba hundiéndome en una ola abrumadora de desesperación.

Pero no fui a Alcohólicos Anónimos para dejar de beber. Allí fui con la idea de que me enseñaran la fórmula secreta de “Cómo beber como un caballero”. Después de pasar tres meses, no me habían comunicado esta fórmula secreta, pero algo me había sucedido; no me emborrachaba, ni dejaba de asistir a las reuniones.

Al llegar inquieto y temeroso a esa primera reunión, no me di cuenta de que Alcohólicos Anónimos me facilitaría los instrumentos –los doce pasos de recuperación– por medio de los cuales podría vivir después de lograr la sobriedad. Y que, finalmente, A.A. me conduciría a la corriente de la vida y yo recogería los pedacitos esparcidos que componían el rompecabezas de mi vida.

 

Alcohólicos Anónimos, Tiempo para empezar a vivir