La bebida empezó a desempeñar un papel cada vez más importante en mi vida. En algún punto cambié el vino por el vodka, porque no tiene olor. No obstante en ese entonces, y siempre, me protegía con una tremenda negación. Bebía como si no estuviera bebiendo. Me consideraba una dama, y no podía reconciliar esa imagen con la bebida.

Veinte años después, mi compañera de casa llamó a Alcohólicos Anónimos y me llevaron, borracha, a mi primera reunión. La gente me encantó y desde entonces continué asistiendo a las reuniones. Pero no podía dejar de beber. Si no bebía un día, bebía el otro.

Para la siguiente primavera, mis amigos de A.A. se sentían preocupados por mí y me sugirieron que ingresara en un centro de rehabilitación. Pasadas dos semanas, al ser dada de alta, me tomé una copa. El siguiente año, todavía seguía asistiendo a las reuniones, las cosas habían empeorado. Comencé un ciclo interminable de acudir a médicos: médicos de cabecera, especialistas en alcoholimso, todo tipo de doctores. Ahora vivía sola y, en un plazo de tres semanas, me encontré en el hospital. Fui dada de alta y, de regreso a casa, pasé por la tienda de licores. Ingresé en otro centro de rehabilitación. Volví a casa y, al día siguiente, volví a beber. En total estuve en 14 hospitales y centros de rehabilitación.

Por fin me jubilé de mi trabajo, movida por mi excesivo absentismo laboral. A las 7:30 de la mañana me dirigía a la tienda, donde me quedaba temblando, esperando comprar una botella “para un amigo”. Entonces comenzaba a beber y no podía ir al trabajo. Los domingos a las 2:00 de la noche me encontraba vagando por el barrio o sentada en un bar. El propietario de la tienda me daba con la puerta en las narices. Erraba por los pasillos a las 3:00 de la madrugada, pidiendo una copa a mis vecinos. Varias veces el portero del edificio tuvieron que derribar la puerta, encontrándome borracha. Me caía de bruces en la calle y acabé en el pabellón de urgencias del hospital.

Creo que para mí lo crucial era la fe. Empezaba a creer en algo superior a mí misma. Llegaba a creer lentamente que no estaba condenada a morir. Tardé cuatro años en lograr mi sobriedad.

Un amigo mío dice que Alcohólicos Anónimos es un regalo al mundo. Para mí, es un programa maravilloso de inmensa sabiduría, con una vasta comprensión de las necesidades de la gente a quien sirve. Me ha salvado la vida; me ha dotado de una nueva vida cuyo contenido es tan bueno que nunca lo hubiera podido creer. Estoy muy agradecida a este programa. La gente del programa me ha mostrado la realidad de esta enfermedad mortal y que hay una forma de recuperarse.

 

Alcohólicos Anónimos, Tiempo para empezar a vivir