Me dijeron que tenía un problema con la bebida, pero no quise escuchar

 

Algo no andaba bien dentro de mí. Seguía echando a mi marido de la tienda, para así poder beber todo el día. Estaba segura de que mi marido no me quería, de que mis hijos no me querían, de que nadie me entendía. Necesitaba algo que me infundiera el deseo de vivir.

Conseguí un empleo como camarera de un bar, donde tenía todos los hombres y toda la bebida que podía desear. Me parecía, por fin, estar feliz. Quería deshacerme de mi marido, así que cuando la policía vino a buscarlo, les dije dónde podían encontrarlo. […] Mientras él estaba en prisión, perdí mi empleo de camarera. No podía hacer más que beber. Necesitaba con qué subsistir, y a los únicos a quienes podía acudir era a los asiduos del bar. Así que hacía muchas cosas que no debía, pero las consideraba apropiadas, ya que de esa manera mis hijos tenían algo que comer.

Ya no me sentía digna de la vida. Me sentía sucia. Tres veces atenté contra mi vida; traté de llevarme a mis hijos conmigo, para que no sufrieran lo que había sufrido yo. Abrí la válvula de gas de la cocina y me senté con mi botella de ginebra, esperando la muerte. Pero los vecinos forzaron la puerta y me llevaron al hospital. Me dijeron que tenía un problema con la bebida, pero no quise escuchar. Quería morir borracha.

Bebiendo y tomando pastillas, terminé de nuevo en el hospital. El psiquiatra me dijo que tenía un problema con la bebida, y que debía ir a Alcohólicos Anónimos. Le dije que no podía vivir sin el alcohol.

No obstante, fui a Alcohólicos Anónimos, y al entrar por primera vez en la sala de reunión, vi a todos los hombres allí presentes. Odiaba a los hombres. Pero seguí sentada, recordando lo que me había dicho el doctor: “Ve, siéntate, y escucha.” (No pude asistir sobria: había tomado algunas copas.) Recuerdo que se decía que el alcoholismo era una enfermedad progresiva y que yo tenía ahora una buena oportunidad de crearme una vida sana.

Después de tres meses en A.A., aún bebía, y me preguntaba: “¿Por qué no puedo dejar la bebida? Tal vez me estén diciendo mentiras. Ellos también deben de seguir bebiendo.” Una noche —durante el día había tomado tres copas— estaba sentada en una reunión, y por primera vez desde hacía años, sentí latir mi corazón. Sabía que algo tremendo me estaba pasando, y me fui de la reunión con una sensación maravillosa. Era el 3 de julio, el día en que dejé de depender de la botella.

 

Alcohólicos Anónimos, A.A. para la mujer