“Durante mi carrera alcohólica había amenazado a pacientes, había estado borracha en el trabajo, había pensado en asesinar.”

 

Soy alcohólica. Soy también una enfermera titulada, una soltera que goza de muchas actividades. Pero no fue siempre así.

He mantenido mi sobriedad en Alcohólicos Anónimos durante algo más de cinco años, y éstos han sido los años más felices de mi vida. Antes de recurrir a Alcohólicos Anónimos, llevaba un año seca, por miedo. Había jurado que nunca tomaría otra copa, porque sabía que nunca podría salir de otra borrachera como la de la semana entre el día de Navidad y el de Año Nuevo del año anterior. El día de Navidad, por la mañana temprano, conduciendo borracha y bajo los efectos de la droga, choqué contra un poste telefónico y destrocé mi coche —no por primera vez—. En la sala de urgencias, ofensiva y sin deseo de cooperar (todavía con mi uniforme), rechacé los cuidados médicos hasta la mañana siguiente, en que pudiera ser admitida sin alcohol u otras drogas en mi organismo.

En aquel entonces, que yo recuerde, bebía diariamente, y tomaba cualquier sustancia que podía conseguir, con o sin receta. Después de ser dada de alta, mi irritabilidad y nerviosismo y mis temblores cada vez más intensos se convirtieron en verdaderas alucinaciones, acompañadas de un creciente horror de lo que estaba experimentando.

No podía volver al hospital en donde estaba empleada, y mi familia ya no podía aguantar mi conducta antisocial. Durante otro año entero fui tocando fondos consecutivos, una sustancia a la vez; pero no hubo ningún cambio en mi enfoque sobre la vida. Para mí, la recuperación empezó cuando dejé de tomar drogas y comencé a hacer esfuerzos para mejorar. Empezó cuando asistí por primera vez a una reunión de Alcohólicos Anónimos.

Durante mi carrera alcohólica, que duró 12 años, había amenazado a pacientes, había estado borracha en el trabajo, había pensado en asesinar, vendido drogas a niños, tomado una sobredosis, había sufrido dos abortos provocados, y bebido hasta caerme sin sentido en los bares, vestida con mi uniforme. Olía mal y había engañado a mi amiga más fiel, y la última que me quedaba, teniendo una aventura con su marido. Conducía cuando estaba demasiado borracha para andar a pie. Destrocé algunos coches, y la policía me detuvo muchas veces, sin que tuviera ningún recuerdo de los hechos. […]

En Alcohólicos Anónimos me han enseñado a cambiar —desde el interior, no sólo en las apariencias—. […] Ahora puedo aprender y crecer con la gente que encuentro en mi vida. Sin tener, de ellos ni de mí misma, esperanzas poco realistas. Me he vuelto a unir a la iglesia de mi niñez, con la fe de una adulta, y participo activamente en el servicio de A. A:, así como en las actividades comunitarias y profesionales.

 

Alcohólicos Anónimos, A.A. para la mujer