Cuán afortunados somos

 

A Kinlochard lo llamo mi hogar espiritual. Es una pequeña aldea que se anida en un valle entre las montañas, en la ribera del lago Ard. Nunca me canso de observar el bosque reflejándose en la ribera opuesta, con sus cientos de diferentes tonos de verde, reflejándose en la superficie del lago. […] La paz prevalece.

Cuando en un principio descubrí Kinlochard, estaba en una de mis prolongadas borracheras. Aun entonces, su belleza y tranquilidad penetraban a través de mi nube alcohólica. Ahora que tengo sobriedad, trato de visitar este lugar de descanso dos veces al año y maravillarme de la majestad de nuestro Creador. Yo no encuentro ninguna belleza en el arte. La escultura y la arquitectura son obras del hombre y no pueden rivalizar con el trabajo del Creador. ¿Cómo podemos esperar mejorarlo? Cuán afortunados somos los alcohólicos, que tenemos una enfermedad que nos obliga a buscar la recuperación por medio de la espiritualidad.

Alcohólicos Anónimos, Llegamos a creer… (Cap. 1: “¿Espiritual?”)