Soy sin duda alguna alcohólico. Me pasé quince años bebiendo antes de lograr la sobriedad. Desde el principio, cada vez que bebía lo hacía para emborracharme, y cada vez que me emborrachaba, me metía en problemas.

He dedicado mucho tiempo a mantenerme sobrio aquí en prisión. Los últimos seis años he logrado hacerlo, todo el tiempo encarcelado. No me ha sido fácil. De hecho, hubo ocasiones en las que por poco me emborraché. Hoy me doy cuenta de que, si en cualquiera de esas ocasiones hubiera bebido, mi vida carcelaria habría seguido sin duda otro rumbo, el cual me habría exigido más deudas de las que hubiera podido pagar.

Mi última borrachera me puso de rodillas, rendido al hecho de ser impotente ante el alcohol y admitiendo que sufría una enfermedad que se llamaba alcoholismo. Aunque logré una sobriedad física, emocional y mentalmente todavía estaba borracho, y esto seguía influyendo en cómo pensaba y vivía. En el pasado, estos sentimientos me habrían forzado a buscar el escape en la seguridad de la botella. Pero en prisión, buscaba el consuelo de Alcohólicos Anónimos.

Al principio, no podía entender por qué necesitaba A.A. en prisión, donde no había mucha oportunidad de conseguir alcohol y donde me preocupaba únicamente por mi familia, por aquellos que había perjudicado y por los procedimientos jurídicos con los cuales me veía enfrentado. Ya sabía que ser alcohólico fue el factor que contribuyó más a mi detención, pero no me podía explicar la necesidad constante de asistir a las reuniones de A.A. No obstante, seguía asistiendo –físicamente–. Sabía que tenía que estar allí, porque era alcohólico. Buscaba una forma de deshacerme de todos los temores que llevaba, y de poder vivir mi vida normal como lo hacían alrededor mío.

Después de muchas reuniones y de haber leído mucho acerca de Alcohólicos Anónimos, llegué a enterarme de que el programa de A.A. supone mucho más que abstenerse del alcohol. Es una manera completamente nueva de vivir para el alcohólico que está dispuesto a lograr la sobriedad. Supe que A.A. no te da sermones, sino sugerencias y, además, que Alcohólicos Anónimos (dentro o fuera de la prisión) es para aquellos que sinceramente quieren lograr la sobriedad; y que tiene un solo objetivo primordial: la sobriedad.

La posibilidad de beber seguía presentándose en las ocasiones en que aquéllos con quienes me asociaba lo hacían. Cada vez que esto ocurría, tenía que tomar una decisión, y a nadie más que a mí le tocaba hacerlo. Al principio, oía decir cosas tales como: “No puede ser que tomes en serio todo aquello que se dice en A.A.” o “Un par de copas no te harán daño”. Tales comentarios me hacían pensar inmediatamente en mi último arresto, cuando me encontraba pagando las consecuencias del alcohol en mi vida y en las vidas de mis seres queridos. Esta perspectiva de la realidad me infundía el valor suficiente para seguir diciendo que no.

Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso.