Platón comparó los seres humanos con prisioneros encadenados en una cueva de espaldas a la luz, que confunden las sombras en la pared con la realidad. Desde entonces, muchos han pintado a los reclusos de forma alegórica como “la gente de las sombras”. En cuanto a los alcohólicos, esta imagen es falsa: muchos años antes de que nuestra incapacidad para captar la realidad nos condujera a prisión ya estábamos encadenados, de espaldas a la luz, confundiendo las sombras con la realidad.

No sólo encontré en prisión mi liberación de las trabas del resentimiento, el egoísmo y los prejuicios, sino que descubrí también que las sombras que perseguía en vano en mi búsqueda alcohólica de amor, reconocimiento y pertenencia no son más que imágenes proyectadas y sin vida de los hombres y mujeres reales que me esperan con un vivo deseo de darme la realidad de la hermandad.

Mis antecedentes penales hacían de cualquier esperanza de libertad condicional la sombra de una sombra. “Estás muerto. No tienes la más remota posibilidad de salir liberado”. Mi impotencia era la del animal atrapado. Un hombre que se ve despojado hasta que le queda sólo su alma desnuda se siente avergonzado y temeroso ante Dios, tal como cada quien lo conciba. Empecé a rezar una antigua oración, oración que los que se han traicionado han rezado desde el comienzo del mundo: “Dios, si no me levantas del abismo que he creado para mí mismo, moriré”. No era una conversión. Sólo una oración inarticulada de un hombre que había tocado fondo.

Dentro del abismo empezaban a suceder cosas. Los psicólogos y sociólogos me evaluaron: “Eres alcohólico. Debes unirte a Alcohólicos Anónimos”. ¿Para qué? Estaba amargado. Pero mi muda oración empezó a tomar forma. Un día me uní a A.A. Era incluso de los afortunados escogidos para pasar un año en psicoterapia intensiva. Empezaba a darme cuenta de que el alcoholismo no es sino un síntoma de una enfermedad emocional.

Pronto saldré. Voy andando hacia la luz. Hay miles de hombres y mujeres de A.A. que son reales, que con gusto intercambian conmigo espíritu y corazón. No tengo que hacer más que acercarme y ofrecerme a ellos y en este alegre emporio de intercambios hay sobriedad y sano juicio, amor, reconocimiento y un sentimiento de pertenecer.

Esto es lo que significa salir de la prisión, cualesquiera que sean las barreras que separan al alcohólico del amor. Porque estos muros son nada más que símbolos de las piedras que amontonábamos con nuestras propias manos egoístas para que los otros no vieran nuestro verdadero ser. Con la ayuda de Dios, los muros se derrumban. Espero con ansia llevar este mensaje a otros y ayudarles a salir de las sombras de la irrealidad y bañarse en la luz, donde las sombras tienen caras: caras amistosas.

 

Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso.