Soy miembro de Alcohólicos Anónimos en prisión. Llamamos a nuestros miembros aquí los “de adentro”, y los que no están en prisión, “de afuera”. Para mí, estos términos tienen también otro significado: los dos aspectos de mí mismo, el “de adentro” y el “de afuera”. El “de afuera” es el externo, el obvio o aparente, lo que los demás ven y oyen. El “de adentro” es lo que nadie conoce sino yo: mis pensamientos, sentimientos, temores, frustraciones e inquietudes, y mis esperanzas, deseos, ambiciones, y mi fe. Estoy seguro de que se puede decir lo mismo respecto a todos nosotros.
No tengo intención de mencionar todas las penas y aventuras de mi carrera de bebedor. Creo que todo empezó muy joven. Supongo que era un alcohólico muy típico: extremadamente egoísta, con ambiciones perfeccionistas, sin capacidad para vivir a la altura de mis “normas”. Iba persiguiendo casi toda meta imaginable, en cuanto al trabajo (principalmente para financiarme la bebida) y respecto a mi costumbre de beber.
Un día desperté en prisión. Allí tuve mi primer contacto con A.A. y llegué a ver lo grave y degradante que mi problema con la bebida había llegado a ser. Empecé a asistir a las reuniones de A.A. debido a la frustración, por la curiosidad y porque los oficiales carcelarios enérgicamente lo recomendaban. De hecho, el juez, al sentenciarme, afirmó que lo hacía más para alejarme de la bebida y enderezar mi forma de pensar que para castigarme. Cualquiera que fuese mi motivo para asistir a las reuniones, pronto encontré algo con que mantenerme a flote. A ese hombre que se estaba ahogando, A.A. le representó un rayito de esperanza. Me metí activamente en los asuntos del grupo hasta ser puesto en libertad condicional.
Como abrazaba (según creía) mi sobriedad con sinceridad, y una disposición de mi libertad condicional era “no beber”, me mantuve en contacto con A.A. durante más o menos un año. Luego, según se reconstruían mi ego y orgullo, empecé a creer que no había sido en realidad un alcohólico desesperado: simplemente no sabía controlar o aligerar el paso cuando bebía. Para entonces, medraba en televisión y radio. ¿Quién imagina una estrella que no beba? Estaba convencido de que era esencial desde el punto de vista social y, sobre todo, importante para mi ego.
Así se resolvió la cuestión. Mantendría controlado mi consumo de alcohol. De alguna forma, me las arreglé para hacerlo durante casi cinco años. Volví a casarme, tuve un hijo y llegué a ser muy conocido, logros seguidos por otro divorcio, un trabajo perdido, y otra condena: uso ilegal de tarjetas de crédito.
El alcoholismo es una enfermedad progresiva. He llegado a darme cuenta de que A.A. nos ofrece una recuperación progresiva, si realmente la deseamos. Yo sí la deseo. Se ha convertido en el aspecto más importante de mi vida, ahora y en el futuro. Actualmente, por primera vez, estoy realmente “dentro” del programa de A.A., espiritual, mental y moralmente. “Despertar espiritual” sería una descripción inadecuada de mi renovada relación y comunicación con Dios, como lo concibo. No lamento tardar tanto tiempo en encontrar el camino; simplemente doy gracias cada día a Dios por haberlo encontrado.
Alcohólicos Anónimos, A. A. en prisiones: de preso a preso