Es una maravillosa bendición estar liberado de la terrible maldición que pesaba sobre mí. Mi salud es buena y he recobrado el respeto de mí mismo y el de mis colegas. Mi vida hogareña es ideal y mis negocios todo lo bueno que pueda esperarse en esta época. Dedico mucho tiempo a transmitir lo que aprendí a otras personas que lo quieren y lo necesitan mucho. Los motivos que tengo para hacerlo son:

  1. Sentido del deber.
  2. Es un placer.
  3. Al hacerlo estoy pagando mi deuda al hombre que se tomó el tiempo para transmitírmelo a mí.
  4. Cada vez que lo hago me aseguro un poco más contra una posible recaída.

A diferencia de la mayoría de nosotros, no me sobrepuse totalmente al ansia de beber durante los primeros dos años y medio. Casi siempre la sentía; pero nunca estuve ni siquiera próximo a ceder a ella. Me inquietaba terriblemente ver a mis amigos beber, sabiendo que no podía, pero me discipliné a creer que, aunque una vez había tenido ese mismo privilegio, había abusado de él tan espantosamente que me había sido retirado. Así que no me corresponde protestar porque, después de todo, nadie tuvo nunca que tirarme al suelo para echarme el licor por la garganta.

A.A., Alcohólicos Anónimos