En un estado de auténtico “rigor mortis” me llevaron a mi primera reunión de Alcohólicos Anónimos. En el camino visitamos la casa de un A.A., y vi por primera vez la Oración de la Serenidad en un cuadro. ¡Me impactó! Pensé: “Nuevamente estoy en otro enredo a causa de la bebida, como de costumbre. Espero que esta oración no tenga nada que ver con A.A.” Y premeditadamente evité mirar en esa dirección. Poco podía suponer que a partir del día siguiente la Oración de la Serenidad sería mi compañía, esperanza y salvación durante cinco horribles días y noches.

Después de llegar a la reunión de A.A., toda mi actitud empezó a cambiar, a pesar de mí. Esta gente tenía algo de lo que yo carecía. ¡Y lo quería! (Después aprendí que lo que tenían era un Poder que los impulsaba y un Poder que los guiaba, y que la fuente de Poder era un Dios amante tal como ellos lo entendían.) Actuaban tal como si yo fuera una respuesta a una oración y verdaderamente me quisieran ahí. (Era una sensación maravillosa, estos A.A. creían en mí, y finalmente en Dios.)

Una de las mujeres me entregó una pequeña tarjeta que tenía impresa la Oración de la Serenidad. “¿Qué tal si no creo en Dios?”, pregunté. Sonrió: “Bueno, creo que Dios sí cree en usted. ¿No dice que está dispuesta a hacer cualquier cosa para dejar de beber? ¡Simplemente aférrese a esta tarjeta mientras esté viva! Si se siente tentada a beber esa primera copa, léala. O léala también si se enfrenta con cualquier otro problema demasiado grande para manejarlo sola”.

En casa, exactamente veinticuatro horas después, comencé a aferrarme a esa pequeña tarjeta “mientras estaba viva”. Mi esposo entró en delírium tremens. En su locura, me prohibió telefonear o ir a pedir ayuda. Durante cinco días y sus noches no dormimos en lo absoluto ninguno de los dos, y hubo ratos en que me convertía en parte de sus pesadillas y mi vida se encontraba amenazada.

Durante todo ese tiempo, nunca permití que la tarjeta me dejara. Leí y releí la Oración de la Serenidad. Aunque la casa se encontraba tan bien equipada de bebida como un pequeño bar, el milagro fue que no bebí. ¡Yo, que había resuelto siempre todos mis problemas con una copa! En su lugar, empuñé esa pequeña tarjeta y murmuré las palabras una y otra vez durante cinco días y noches. No recuerdo haber tomado ninguna decisión de creer. Sólo sentí que el Dios de esa gente podía tener compasión de mí y ayudarme. Pero con certeza llegué al convencimiento de que yo era impotente. Como establece nuestra literatura: “Algunas veces el alcohólico no tiene una defensa mental eficaz contra la primera copa. Excepto en muy raros casos, ni él ni ningún otro ser humano pueden proveer dicha defensa. Su defensa debe llegar de un Poder Superior”. Todo esto, ¡tan pronto después de mi primera reunión! Llegué a creer.

Para que no se me olvide… aún conservo la pequeña, maltratada y borrosa tarjeta con la Oración de la Serenidad que salvó mi cordura y mi sobriedad, y devolvió la fe en el Dios de mi comprensión.

 

Alcohólicos Anónimos, Llegamos a creer… (Cap. 3: “Oración”)