Grupos 24 Horas de Alcohólicos Anónimos

Después de cuatro meses sin beber en A.A., mi esposa se puso muy grave y fue internada de emergencia. Cáncer. No podría soportar la operación y, si no moría, sería cuestión de horas. Sólo podía pensar en conseguir una botella. Si cruzaba la salida, eso sería exactamente lo que haría. Pero un poder mayor que yo mismo me hizo detenerme y gritar: “Dios mío, enfermera. ¡Llame a Alcohólicos Anónimos!”

Corrí hacia los baños y grité, pidiendo a Dios que me muriera en lugar de ella. Miré a mi alrededor, y el cuarto se llenó de hombres mirándome. Me pareció como si todos me dieran un apretón de manos y me dijeran sus nombres: “Somos de A.A.” “Grítalo”, me dijo uno. “Te hará sentirte mejor. Y nosotros te comprendemos.”

Les pregunté: “¿Por qué Dios me hace esto? Lo he intentado, y esa pobre mujer…”

Uno de los hombres me interrumpió: “¿Cómo reza usted?” Dije que pedía a Dios que no se la llevara, que en su lugar me llevara a mí. “¿Por qué no le pides a Dios que te dé la fortaleza y el valor para aceptar su voluntad? ¡Diga hágase tu voluntad, no la mía!”

Sí, ésa fue la primera vez en mi vida que recé para que se hiciera su voluntad. Cuando miro mi pasado, veo que siempre le pedí que hiciera las cosas a mi manera.

Estaba sentado en el vestíbulo con los hombres de A.A., cuando dos cirujanos entraron y se dirigieron hacia mí: “¿Podemos hablarle en privado?” Me oí contestar: “Cualquier cosa que tenga que decirme, puede hacerlo entre ellos. Son mi familia”. El primero habló: “Hemos hecho por ella todo lo que podíamos hacer. Aún está viva, y eso es todo lo que podemos decir”.

Uno de los A.A. puso su brazo sobre mis hombros: “¿Por qué no la cambias ahora al cuidado del más grande cirujano de todos? Pídele que le dé el valor para aceptar”. Nos tomamos de las manos y juntos rezamos la Oración de la Serenidad. ¿Cuánto tiempo pasó?, no lo recuerdo. Lo siguiente que oí fue mi nombre. Una enfermera me decía suavemente: “Puede ver a su esposa, pero sólo un par de minutos”.

Mientras subía corriendo, agradecí a Dios esta oportunidad de hacer saber a mi esposa que la amaba y que me apenaba mi pasado. Esperaba ver una mujer moribunda. Para mi sorpresa, tenía una sonrisa en su cara y lágrimas de alegría. Trataba de extender hacia mí los brazos; y con voz débil dijo: “No me dejaste sola, no te fuiste a beber”.

Esto sucedió hace tres años y cuatro meses. Hoy estamos juntos aún.

Dios respondió a mis oraciones, por medio de la gente de A.A.

Alcohólicos Anónimos, Llegamos a creer… (Cap. 3: “Oración”)